Érase un reino mágico que existía fuera de los planos del tiempo y el espacio conocidos. Sólo se podía acceder a él a través de los sueños, mediante la imaginación o en estados de trance inducidos por hipnosis. Cada viajero que visitaba ese reino, aprendía de sus habitantes, su forma de vivir y de sus inventos, algo útil para mejorar el propio reino de su existencia.
Hace muchos años, en un increible viaje a ese lugar, me traje unos anteojos. Eran ligeros como una pluma y diría que invisibles para el resto de los mortales que no habían estado allí. Pero la maravillosa particularidad de esos anteojos era que, al ponerlos entre la realidad y mis ojos, se percibía con más claridad la belleza, el amor, la paz. Daba igual lo que tuviese delante, las lentes aumentaban y enfocaban los aspectos hermosos de paisajes, objetos, personas, relaciones. Pero no nos equivoquemos, los anteojos no transformaban la realidad, sino que ayudaban a focalizar y a traer a los sentidos el aspecto más bello de la misma.
Otros viajeros me informaron sobre tesoros inceibles que encontraron allí y que, en cierta forma les cambió la vida. En verdad nada nos hace pensar que ese reino mágico se haya extinguido. Sólo hay que saber llegar a el.