“¿Por qué razón me enseñas tantas cosas sobre las aves? El león es más fiero, el elefante es más grande, los delfines son más listos y los monos más graciosos.”, le dijo curioso el niño a su abuelo cuando fue a visitarlo a su casa de campo. Este, lo tomó de la mano y lo acompañó a una zona descuidada del jardín. “¿Qué te parecen las flores de esta casa?”. “Bien feas y aburridas”, dijo rápidamente su nieto.
Luego subió con el niño al altillo y lo invitó a asomarse por una pequeña ventana, desde la que se veía gran parte de los alrededores de la finca. Desde arriba, destacaba el contraste del blanco de los jazmines con el rojo de las rosas y el amarillo de los tulipanes. En una esquina, también asomaban unas matas de plantas un poco estropeadas, pero a penas se apreciaban junto a la belleza que le rodeaba.
El pequeño que era muy inteligente, esbozó una sonrisa que ocupó toda la ventana del desván y dijo: “Oh, abuelo, ahora sé porqué te gustan los pájaros. Quiero una mirada que vea cada cosa desde arriba, desde lejos, desde todos los lados, para poder entender mejor el mundo”.
El abuelo susurró: “me gustaría enseñarte una visión con perspectiva, para que entiendas no solo el mundo, sino a ti mismo y a tu propio discurrir por la vida”.