Lo que ocultamos (censuramos) siempre acaba por subir a la superficie.

Lo que ocultamos (censuramos) siempre acaba por subir a la superficie.

En principio todos somos artistas cuando somos capaces de expresar nuestra creatividad sin imponernos más límites que los estrictamente personales. Aunque resulte evidente que hay otros límites de los que tendremos que hablar.

Con la palabra “artista” me refiero a nuestra capacidad de mostrarnos y de apostar. Ese “talento” que sin duda todos tenemos en mayor o menor grado podemos utilizarlo para divertirnos, para crear belleza, como denuncia social o para cualquier otra cosa que decidamos. Lo indiscutible es que queremos ganar alguna cosa con dicha apuesta (y no me estoy refiriendo necesariamente a dinero). Como ejemplo, aunque serían infinitos, Alejandro Jodorowsky defiende un arte para sanar que eleve nuestro nivel de conciencia.

El artista, no importa de quién se trate, no trabaja con “verdades universales” porque como humano que es no está en posesión de ninguna verdad. Solo expresa lo que él siente que es “su verdad” perfectamente discutible y opinable. No son dogmas de fe.

Y ahora viene la pregunta que cada cual debe responderse: ¿Qué sucede cuando la sociedad que nos rodea -con sus poderes visibles y no tan visibles- bloquea o silencia la expresión de los artistas? La respuesta rápida que me viene a la mente es que nos silencia a todos… con independencia de nuestros gustos, afinidades o preferencias.

Me estoy refiriendo al mundo occidental y a todos aquellos lugares donde la libertad de expresión todavía es un derecho fundamental. Algo que parece que va en franca retirada.

A riesgo de equivocarme, cuando en una sociedad aparece la censura,  más o menos encubierta, puede ser un indicio de que está enviando a las tinieblas aquello que molesta ver o escuchar.

Y no deja de resultar paradójico que aquello que tratamos de ocultar en la profundidad de los abismos acabe por adquirir muchísima más fuerza. Como una piedra lanzada hacia la oscuridad que acaba golpeando en la espalda de quien la lanzó.

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