Pasamos gran parte de cada día en el acto supremamente creativo de construir nuestro propio yo.
Si este yo tiene fallas no se debe a que seamos constructores incompetentes; antes bien, el problema es que nuestros pasados errores se han convertido en nosotros. Desde la edad adulta, el proceso de crear un yo quedó en nuestras manos, pero sus raíces se remontan a la infancia más temprana, tiempo en que no teníamos más alternativa que absorber la versión que nuestros padres tenían del yo. Sin saberlo, comenzamos a ser moldeados.
En una niñez ideal habríamos sido nutridos, según las palabras de Alice Miller, «por la presencia de una persona que tuviera completa conciencia de nosotros, que nos tomara en serio, que nos admirara y nos siguiera». La conciencia es aquí el principal prerrequisito, mucho más importante que las palabras y las acciones de los padres hacia los hijos. Las frases «Mamita te ama» y «Eres un niño bueno» tienen poco significado sin la expresión y el tono de voz que las acompañan. Una mirada amorosa convierte las palabras en alimento; una mirada vacilante, turbada o colérica puede convertir esas mismas palabras en veneno.
Por supuesto, la vida se ha desarrollado, generación tras generación, sobre una base que dista de ser lo ideal. (…)
El progenitor ideal debería servir como extensión sensible de la psiquis del hijo. Al reflejar el padre y la madre los sentimientos del niño, este vería devuelto su reflejo y, ajustándose a él, sería formado tanto por su propia psiquis como por la de ellos. Un grito de ira, por ejemplo, recibiría una mirada comprensiva que dijera: «Yo sé por qué te enojas»; y en esa muda compasión el enojo seguiría su curso hasta disolverse. Son nuestros sentimientos dominados, los que nuestros padres rotulaban como «malos» a su modo de ver, los que provocan después tantos conflictos ocultos. Sin esta interacción sensible y amorosa, que se debe iniciar desde el nacimiento, recorremos el resto de nuestra vida heridos, incapaces de aceptamos, pero sin saber del todo por qué.
Si nos ha faltado la crianza ideal, todavía podemos reparar la falta de progenitores totalmente conscientes cobrando nosotros mismos una conciencia total. Los antiguos textos indios suelen decir que el Yoga es como convertirte en tu propio padre. La imagen de «morir para tu padre y tu madre», que se encuentra con frecuencia en los Upanishads, no significa huir de ellos o volverles la espalda. Antes bien, se refiere a que debes asumir tú mismo el papel de ellos, desarrollando dentro de tu propio corazón el dar y tomar de la conciencia que modela a una persona completa sacándo la de la materia prima de la existencia.
Deepack Chopra, «Vida sin condiciones»