
El verano pasado, aprovechando nuestras vacaciones, mi mujer necesitaba practicar lo aprendido en un curso que acababa de finalizar. Me habló de un tema conocido como Registros Akhásicos. Lo vivimos como un juego. Ella comenzaba leyendo una oración. Pedía permiso para acceder a una información sobre mi persona. Ese conocimiento estaría custodiado por unas entidades denominadas Señores de los Registros, Maestros, Profesores y Amados. Se trataba de hacerles las preguntas adecuadas sobre lo que quisiéramos saber. Tenían cabida cuestiones familiares, laborales, de salud, amor. También sobre miedos, bloqueos, resistencias, apegos, limitaciones, sueños. Incluso sobre vidas pasadas, mundo espiritual, armonización del ser, servicio a la humanidad. Las respuestas podían llegar de distintas maneras, generalmente como un pensamiento que se verbalizaba de forma automática. Otras era la escritura la que facilitaba una mayor información. También existía esa especie de registro para una casa, un espacio, un objeto. Nos divertía preguntar y las respuestas que nos llegaban. Futuribles que nos resultaban ilusionantes, respuestas de un pasado familiar al que ya no teníamos acceso. En algunas ocasiones me hablaban de un encuentro particular y si después me sucedía alguna cosa que guardara relación, me hacía sonreír y deseaba compartirlo. Mi mujer me explicaba que se trataba de un canal de luz y que nada malo podría venir desde allí. Fue un verano muy especial.
Sé que hay gente que utiliza los Registros para la creación. Estaba en un momento productivo. Había hecho una gran cantidad de fotos callejeras, escrito un guión de un cómic que quería ilustrar, tenía algunas ideas para aplicar a la enseñanza del diseño. Me animé a hacer el curso de Registros Akhásicos como una herramienta para que estimulara mi imaginación. No tenía muchas expectativas pero estaba abierto a disfrutar de la experiencia. Participé con un grupo muy pequeño, recibí un trato acogedor y me sentí con la intimidad necesaria. En esas circunstancias abrí por mi primera vez mis Registros. Los primeros pensamientos que llegaron a mi cabeza me explicaban un hecho traumático sufrido por mis bisabuelos. La versión de lo ocurrido era distinta a la trasmitida, de forma muy concisa, en la familia, pero era verosímil. No estaban en paz. En mi niñez, bajo los efectos de la fiebre, tuve una visión de un hombre y una mujer que me hablaban a los pies de mi cama. En casa se recordaba que estaba tan enfermo que deliraba. Pero con los Registros abiertos me estaban diciendo que el encuentro era real, que habían sido mis bisabuelos y que necesitaban que hiciera ciertas cosas. Tendría que abrir mis Registros durante unos quince días para volver a realizar unas prácticas en grupo.
Fueron unos días muy intensos que no puedo desligar de otras prácticas. Me habían regalado un cuenco tibetano y me gustaba buscar su sonido. Había empezado a utilizar la meditación con mayor frecuencia. Abría los registros para dibujar, pedía a los Maestros que me ayudaran. Personajes e incluso algunas páginas salían con fluidez. Viví experiencias sorprendentes. Podía memorizar alguna canción en otra lengua con extrema facilidad. En una relajación mi respiración se ralentizó de tal manera que llegué a asustarme. En otra vi la habitación en la que estaba como una tramoya de hilos de luz. En esos días también perdí peso hasta alcanzar el que mantengo hasta ahora. Al caminar me sentía con un equilibrio distinto. Me llegaban emociones intensas de otras personas en la distancia que vivía como propias. Por las noches mi mujer abría mis registros y yo los suyos.
Un día, sentí que el canal se había cerrado. Lo viví con angustia. Como si se me hubiera retirado un regalo precioso que no merecía. El pensamiento en mi cabeza era que no había tratado a los Señores de los Registros con el debido respeto. A los dos días sentí que esa especie de canal volvía a abrirse. Finalicé mis prácticas abriendo los Registros de otras personas. En los dos meses siguientes seguí viviendo experiencias que me hacían sentir en una especie de tobogán. Pero en general, me sentía tremendamente afortunado. Mi trabajo se desarrollaba con fluidez, todo parecía extremadamente fácil, la gente se acercaba a mí con mayor confianza que en el pasado, y yo me sentía luminoso.
Con el paso del tiempo, estas experiencias parecen haberse sosegado. Suelo abrir los Registros para trabajar con mucha frecuencia. En estos momentos estoy preguntando menos, aunque no he dejado de hacerlo. No me preocupan las tareas que tenga que acometer y me siento acompañado. Rara vez abro los Registro de otros, salvo a personas muy cercanas. Hace unos días, una persona abrió los míos a distancia. De Londres a Madrid. Sin hacer preguntas, me envió un audio con lo que habían querido decirme a su través. En estas cosas siempre ha de haber una correspondencia. Se me ocurrió pensar si se podría dibujar a alguien que no conozco y sin posibilidad de verle con la información que me llegara de los Registros. Quién sabe que es lo que se puede hacer. No quiero convencer a nadie. Sólo quería compartir una experiencia.