Un joven periodista pregunta a otro experimentado sobre el coronavirus

Un joven periodista pregunta a otro experimentado sobre el coronavirus

-Maestro, ¿qué opinión le merece que en todos nuestros noticiarios esté tan presente el coronavirus?

Querido aprendiz de periodista. Esa noticia, como cualquier otra, responde a intereses muy variados. Te voy a dar mi humilde opinión que naturalmente puede estar equivocada. Poco importa que se trate de un virus más benigno que otros muchos que nos azotaron en el pasado. Su importancia se la están dando los altavoces mediáticos que no dejan de amplificar su trascendencia hasta convertirlo en “fenómeno” planetario. Ahora, convertido ya en estrella rutilante, ha entrado en la vida de todos nosotros.

Una regla básica de la información es que si pretendes fortalecer algo y hacerlo crecer hay que centrar en ello la atención. 

¡Es fundamental que corran ríos de tinta!

Los programas de televisión, redes sociales, radio, etc. deben ser monotemáticos. Poco importa si en los interminables debates se aportan datos objetivos, subjetivos, opiniones, conspiraciones, etc. 

También han aparecido -siempre lo hacen- los políticos para intentar exprimir el máximo rédito posible a la situación. Asumirán que se multipliquen los efectos más indeseables de una crisis a cambio de poder.

Los seres humanos somos altamente manipulables. El miedo en dosis altísimas es el combustible que se está utilizando en esta campaña. Han puesto una música de fondo y ahora, como marionetas, nos movemos al son de esa melodía cuestionar ni comprender lo que está sucediendo. 

Es probable que el virus solo sea un chivo expiatorio al que le han construido una “realidad” a medida. Pero como las teorías de todo tipo se multiplican estos día en la red, será mejor que explique lo que pienso con un cuento de Hans Christian Andersen.

¿Te acuerdas del cuento del traje nuevo del emperador?

Había una vez un emperador al que le encantaban los trajes. Destinaba toda su fortuna a comprar y comprar trajes de todo tipo de telas y colores. Tanto que a veces llegaba a desatender a su reino, pero no lo podía evitar, le encantaba verse vestido con un traje nuevo y vistoso a todas horas. Un día llegaron al reino unos impostores que se hacían pasar por tejedores y se presentaron delante del emperador diciendo que eran capaces de tejer la tela más extraordinaria del mundo.

– ¿La tela más extraordinaria del mundo? ¿Y qué tiene esa tela de especial?

– Así es majestad. Es especial porque se vuelve invisible a ojos de los necios y de quienes no merecen su cargo.

– Interesante… ¡entonces hacedme un traje con esa tela, rápido! Os pagaré lo que me pidáis.

Así que los tejedores se pusieron manos a la obra. 

Pasado un tiempo el emperador tenía curiosidad por saber cómo iba su traje pero tenía miedo de ir y no ser capaz de verlo, por lo que prefirió mandar a uno de sus ministros. Cuando el hombre llegó al telar se dio cuenta de que no había nada y que lo que los tejedores eran en realidad unos farsantes pero le dio tanto miedo decirlo y que todo el reino pensara que era estúpido o que no merecía su cargo, que permaneció callado y fingió ver la tela.

– ¡Qué tela más maravillosa! ¡Que colores! ¡Y qué bordados! Iré corriendo a contarle al emperador que su traje marcha estupendamente.

Los tejedores siguieron trabajando en el telar vacío y pidieron al emperador más oro para continuar. El emperador se lo dio sin reparos y al cabo de unos días mandó a otro de sus hombres a comprobar cómo iba el trabajo.

Cuando llegó le ocurrió como al primero, que no vio nada, pero pensó que si lo decía todo el mundo se reiría de él y el emperador lo destituiría de su cargo por no merecerlo así que elogió la tela.

– ¡Deslumbrante! ¡Un trabajo único!

Tras recibir las noticias de su segundo enviado el emperador no pudo esperar más y decidió ir con su séquito a comprobar el trabajo de los tejedores. Pero al llegar se dio cuenta de que no veía nada por ningún lado y antes de que alguien se diera cuenta de que no lo veía se apresuró a decir:

– ¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Digno de un emperador como yo!

Su séquito comenzó a aplaudir y comentar lo extraordinario de la tela. Tanto, que aconsejaron al emperador que estrenara un traje con aquella tela en el próximo desfile. El emperador estuvo de acuerdo y pasados unos días tuvo ante sí a los tejedores con el supuesto traje en sus manos.

Comenzaron a vestirlo y como si se tratara de un traje de verdad iban poniéndole cada una de las partes que lo componían.

– Aquí tiene las calzas, tenga cuidado con la casaca, permítame que le ayude con el manto…

El emperador se miraba ante el espejo y fingía contemplar cada una de las partes de su traje, pero en realidad, seguía sin ver nada.

Cuando estuvo vestido salió a la calle y comenzó el desfile y todo el mundo lo contemplaba aclamando la grandiosidad de su traje.

– ¡Qué traje tan magnífico!

– ¡Qué bordados tan exquisitos!

Hasta que en medio de los elogios se oyó a un niño que dijo:

– ¡Pero si está desnudo!

Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo pero aunque el emperador estaba seguro de que tenían razón, continuó su desfile orgulloso…

Por cierto, me preguntabas por el coronavirus y casi sin darme cuenta te he respondido con trajes…

 

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