Alejandro Jodorowsky: Nació el niño. La abuela lo pidió prestado para frotárselo por las piernas porque tenía dolores reumáticos. La madre lo sentó en el peinador y usó sus ojos como espejo. El abuelo se lo llevó al fútbol obligándolo a dar chillidos de bocina cuando su equipo metía un gol. Las tías le dieron píldoras para dormir y lo colocaron en la canasta del niño Jesús, quieto, entre corderos y monigotes de yeso. El hermano mayor lo llevó al consultorio y, alentado por el psicoanalista, comenzó a insultarlo y darle cachetes hasta que se sintió aliviado. Mientras tanto, el padre, al que habían encerrado en la casucha del perro, musitaba el nombre completo de su hijo, al que la familia había reducido a una sílaba repetida dos veces. El niño creció repitiendo sin cesar, hasta los ochenta años, una sola frase: «Mi mamá me mima».
Un feliz acontecimiento.
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