Nunca había entrado a la ESMA.
Las infinitas rejas de entrada, con sus siluetas metálicas, indican el lugar fantasmagórico. Calles vacías y silenciosas, un lugar deshabitado pero cargado de una energía notoria y densa.
Recuerdo el film “El Topo” de Jodorowsky donde los dos viajeros del desierto, arriban a un pueblo donde todos han sido asesinados.
Quiero entrar y un muchacho me pregunta si vengo a «… «, sí le contesto, y me explica, señalando un mástil, que debo entrar por aquel chalecito.
El lugar de entrada tiene el aspecto de recepción de un cuartel, comisaría o un lugar de paso, como un destacamento de frontera.
Me siento descolocado, como si estuviera entrando a un lugar fuera del tiempo. Pienso en todo los que entraron y no pudieron salir de aquel infierno. Yo saldré por mi propia cuenta.
Como cuando paso con el colectivo por «El Olimpo» o cuando desemboco sin saberlo frente a una vía y veo el cártel que indica que allía funciono un centro de detención clandestino, como «Automotores Orletti», o como cuando ingreso a la Mansión Seré, la percepción de un no-lugar, lugar real pero extrañado, ya fantasmal.
Alguien dice:
-Vayan que ya empieza! ¡Crucen por ahí, corten camino!
Nos apresuramos.
De lejos se ve, en el centro de una especie de plaza metafísica, un triple círculo de cubos de cemento, de cajas y de personas. Se espera la realización de un acto ritual y psicomágico, convocado por Alejandro Jodorowsky.
Esta serie de cubos de cemento, apilados de a dos, forman un amplio circulo. En un lateral hay una bandera. Ostenta un ave oscura sobre fondo blanco. Está ondeando a media asta, pues el mástil ya no existe. Es que el espacio, pese a la fachada silenciosa de los edificios, aparentemente intactos, es una ruina, una sombra, una fantasmagoría.
Las personas reunidas son menos de 200, pero hay de todas las edades, mayormente jóvenes.
Las abuelas le piden a Jodorowsky que explique lo que va a pasar.
El toma el micrófono y cuenta que ese círculo da cuenta del eslabón generacional perdido.
Entre las abuelas y los nietos faltan los hijos, que no tienen lugar. Cada uno de estos cubos de cemento, a los que le falta un lado, tiene la imagen de un hombre o de una mujer, todos jóvenes, todos ausentes. Una forma de sanar este trauma es hacer que estos cubos representen un espacio concreto.
Son 102 cubos, como 102 son los niños que han sido recuperados. La idea es seguir agregando cubos al círculo. Algunos cubos tienen simples líneas geométricas en colores como azul, negro, rojo y amarillo. No son herméticos. Esán abiertos, son resonantes.
Debajo de cada cubo hay situada una caja que tiene a una o dos palomas, y que en determinado momento han de ser liberadas, para que se produzca la metáfora, liberación definitiva de estos cautivos sin cuerpo.
Jodorowsky explica que la suelta se realizara de modo progresivo. Se oirá una música (compuesta especialmente para la ocasión por su hijo Adamosky) y los deudos (aquellos que reconocemos la deuda) procederán a realizar este gesto simbólico.
El acto se retrasa porque Estela de Carlotto, la líder del movimiento, esta demorada por el tráfico.
Cuando llega la referente, las abuelas se colocan detrás de los cubos de cemento. Como son pocas, Jodorowsky llama a sus amigos y a otros voluntarios para que se coloquen detrás de las cajas.
Yo me sitúo detrás de un cubo.
Jodorowsky empieza a hablar. Las nubes descubren el sol y la escena se ilumina. Jodorowsky apura el inicio del ritual, mira en mi dirección y dice: “Que empiece la suelta de palomas. ¡Tú, el hombre de amarillo! “
Tomo la primera caja, la abro y elevando los brazos, sacudo el interior del que salen volando dos palomas. La multitud suelta una exclamación.
La suelta se va produciendo de forma progresiva.
Una abuela se acerca y me pregunta por la caja que corresponde a su hijo. Los cubos son dos, se precisa otra caja, la acercan y cuando vuelve a llegar el turno ella lo abre, con las manos temblorosas.
Las palomas van siendo soltadas. Algunas son oscuras. Otras blancas.
Otra abuela se agacha y no puede abrir la caja, cuando intento ayudarla, me increpa: “Yo tengo que hacerlo” Vuelvo a cerrar la cinta y ella la abre y cumple su misión. Me doy cuenta de la desesperación que nos urge a todos por liberar-nos.
Cuando ella se libera, se pone a llorar.
Hay una mezcla de alegría y tristeza, y una nerviosa ansiedad.
Cuando termina la suelta, Jodorowsky invita a que nos acerquemos a introducir nuestras manos en el interior de los cubos.
Introducimos nuestras manos. La energía de cada cubo proviene del alma que ahora habita esa materia.
El vacío del cubo se ha llenado de una presencia.
Así como el espacio circundante está desolado, estos cubos serán “dormitorio” (tal es el origen del vocablo cementerio) para estos muertos que deben dormir su sueño eterno.
Nos arrodillamos en este “cementerio de vida” (la expresión la utilizó Carlotto). Un sentimiento sagrado se expande. En el gesto de hincarse ante una caja de niebla, una mano pareciera emerger y rozarnos la nuestra. Una voz atorada gime o calla. Un golpe en la caja de cemento. Un poco de polvo disuelto. Un clavo de la ESMA. Todo se vuelve misteriosa reliquia. Suena otra canción de Adamosky, el hijo de Jodorowsky, quien, dirigiéndose a los ausentes, les habla como a seres infinitos.
Al término de la ceremonia las personas se dispersan, pero las cajas vacías, que andan solas de acá para allá, siguen atraídas por el magnetismo del viento.
Nacho Arias, que colaboró desde el vamos con esta iniciativa, fue la primera persona que me comento de la idea. Recuerdo que en su momento me pareció imposible. Ahora, cuando puse mis manos dentro del cubo comprendí que nada es imposible si se tiene el deseo profundo de actuar en la realidad, ya sea promoviendo un cambio simbólico o real.
Y el cielo volvió a cubrir ese sol de octubre de 2010 . Pero en los espacios desolados de la ESMA brilló otro destello de vida, una energía fuera y dentro del círculo iniciado.
Testimonio de un acto de psicomagia social convocado por Alejandro Jodorowsky.
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