La casa de mi madre está a 300 kilómetros. La nube radiactiva se nos vino encima. Nadie nos explicó nada. Las abejas desaparecieron, las aves caían muertas…
¿Qué historias le contaron?
Pescadores de río me decían que no encontraban cebo: los gusanos desaparecieron, tan hondo se fueron… Nadie entendía nada.
Un mal invisible, ¿no?
Sí. Acompañé a soldados que evacuaban una aldea, y una abuelita decía: “¡Pero si no hay guerra! ¿Dónde están las bombas? ¡Luce el sol! Todo florece, acaba de pasar un ratoncito… Niña, yo me quedo en mi casa”, y me cogía de la mano. No hubo manera, se quedó, como mucha gente mayor. ¡Imposible saber hoy a cuánta gente mató Chernóbil!
¿Qué nos enseña aquello?
Que pretender someter a las fuerzas de la naturaleza es perder. Y que Chernóbil y Afganistán nos trajeron libertad.
¿Por qué?
Tan loco todo, la gente empezó a pensar… Por las noches acudían familias con niños a admirar la fosforescencia de la central… Los soldados que nos prohibían bañarnos en el río, se bañaban ellos… Tanto despropósito abriría una grieta en la presa del régimen.
Fuente: La Vanguardia. Extracto de una entrevista.