Libertad implica autonomía, obvio, pero también oxígeno, espacio y ausencia de recompensa. Ser quien es uno es: tarea complicada por aterradora. Es más fácil seguir el camino marcado por la vara de cualquier autoridad: sea médica, sea el consejo de un amigo o simplemente sea nuestro miedo quien nos atenace. Somos tan libres que hasta podemos elegir dictador. Es estremecedor darse cuenta de que todo el tiempo hacemos lo que queremos, incluída la renuncia a nuestra voluntad.
Es cómodo y morbosamente deseable no ser responsable, es decir, haber errado «por seguir el consejo de…«. Excusas de infantil mal pagador. Y peor deudor. Atrévete a arrojarte a lo más profundo del abismo: te vas a encontar con otra cara de ti mismo.
Libertad, así mismo, implica ausencia de lucha: pretender cambiar a los otros o pensar que a través del conflicto uno llegará a su esencia es otra excusa infame para no ser YA quien eres. Remar a contracorriente es absurdo, fatigador, excesivo. En la lucha hay oposición, por lo tanto negación. No eres ni quien lucha ni quien crees que serás si te alzas vencedor. Victoria pírrica. Estar luchando por la libertad es negar que ya se es libre. Pura cuestión gramatical: estar implica transitoriedad; ser, permanencia.
Ser es permitir que todo sea lo que es. Es calma, perseverancia, flujo de acontencimientos con los cuales se danza. Es aprovechar la corriente del río y la fuerza del viento para arribar a nuevos puertos. Y en cuanto nos cansemos de esa vacación, desplegar velas y partir de nuevo hacia donde nuestra esencia nos lleve: sin más tripulación que el capitán, es decir, uno mismo.
¿Cuánto tiempo más vas a seguir lamiendo los barrotes dorados de tu prisión? ¿Por cuánto tiempo más?
Luis Miguel Andrés es profesor de filosofía y consultor personal
Twitter: @_LuuisMigueel_
Fuente: eldedoylaluna