
Por Gabriel Lumière
Hoy en día se popularizaron varias corrientes de pensamiento, muchas basadas en filosofías antiguas, que van de la mano en el camino a ser feliz. Y para muchos, el ser feliz implica ser exitosos. Ya sea en lo social, profesional, económico, el amor, cada quién desarrolla un nivel de consciencia en lo que le es más importante alcanzar una meta para ser feliz.
El lado positivo de esta cuestión, es esta actitud prepositiva de fijarse metas para alcanzar en la vida: desde lo más cotidiano, a grandes sueños y añoranzas por cumplir. Esto genera un movimiento de energía personal, que bien encausada, nos empuja paso a paso a conseguir aquello que nos proponemos. Llegar de alguna manera estas metas, nos hace cada vez más fuertes; refuerza la autoestima, genera un alto nivel de confianza personal, nos hace más alegres, optimistas y nos empodera.
Pero toda esta excitante sensación de alcanzar lo deseado, también tiene un lado oscuro, que no podemos ignorar: El alcanzar el éxito también puede ser un alimento muy dulce para nuestro ego. El ego, nos hará creer que somos los mejores, que nadie puede más que nosotros, que somos invencibles, etc. Esto nos afectará de manera negativa a nosotros y a nuestro entorno social. Puede generar que comencemos a comportarnos de manera soberbia, como si fuésemos superiores.
Lo mejor ante esto, es vivir nuestros éxitos con humildad, hacer un balance, meditar, y agradecer a todo y a todos quienes estuvieron involucrados en ese proceso. Pero esto no es todo… Otro de los peligros más importantes del éxito, es el que está oculto detrás de estas máscaras del ego, y el que más difícil de desocultar: el peligro de la comodidad.
Si hay algo que le aterra a nuestro ego, es el crecimiento personal, el seguir avanzando. Es el ego el que cree en esa ilusión de permanencia y seguridad. Haber alcanzado esa meta en la que tanto he trabajado y me he dirigido, puede generarnos un estado de comodidad que me entregue a la inercia de creer que ya me realicé, y que allí termina mi recorrido.
Muchos artistas exitosos de la historia, luego de alcanzar su obra máxima, comienzan generar la repetición de esa obra que deriva en la decadencia, en depresión, adicciones o incluso la muerte a temprana edad.
Pero si sigo vivo y alcancé mi meta, ¿qué hago para no caer en esa peligrosa inercia cómoda? La respuesta es mostrarle al ego que estás equivocado, que la comodidad y la permanencia no existe, por lo tanto me dirijo a seguir creciendo. Alcanzar la meta exitosamente es lo mismo que nos estimulará a seguir creciendo. Un camino posible una vez que alcanzo esa meta, es inmediatamente formular otra más grande, transformar la meta que acabo de alcanzar en el trampolín que me dará el impulso para alcanzar la otra.
Alguien alguna vez dijo que «el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse», pero adquiriendo otro nivel de consciencia también es posible ir desde pequeños éxitos, a la realización total (sin desesperarse).