Dos hermanos vivían en granjas adyacentes y desde siempre habían compartido maquinaria, intercambiando cosechas y bienes en forma continua.
Un pequeño malentendido fue la mecha que encendió el conflicto entre ellos que durante los siguientes meses fue creciendo sin cesar hasta explotar en un duro intercambio de insultos y palabras amargas. Después de aquello dejaron de hablarse.
Una mañana alguien llamó a la puerta de uno de los hermanos. Al abrirla, encontró a un hombre con herramientas de carpintero que le dijo: “Estoy buscando trabajo, tal vez pueda ayudarlo en alguna pequeña reparación en su granja”.
-Sí, dijo el mayor de los hermanos, tengo un trabajo para usted. Mire, al otro lado del arroyo, en aquella granja, ahí vive mi hermano menor. Antes ahí había una hermosa pradera entre nosotros hasta que él desvió el cauce del arroyo para separar nuestras tierras. Con esa actitud está tratando de enfurecerme, pero no sabe la que le espera. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una valla de dos metros de alto para no verlo nunca más.
El carpintero le dijo: “Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están los clavos, la pala para hacer los hoyos de los postes y haré un trabajo que lo dejará satisfecho.” A continuación trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando. Cerca de la caída del sol, cuando el granjero regresó ya había terminado su trabajo. El hermano mayor se quedó boquiabierto. No había ninguna valla de dos metros; en su lugar había un puente. Un puente que unía las dos granjas a través del arroyo que además era una pequeña obra de arte.
En ese momento su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a su hermano le dijo: “Eres un gran tipo, mira que construir este hermoso puente después de lo que te he dicho y hecho”.
Finalmente el carpintero tomó sus herramientas y se despidió, le quedaban todavía muchos puentes por construir.