De nuevo el sabor del postre de la cena y el de las tostadas del desayuno nos vela el paladar con férreo sabor a sangre. La barbarie vuelve a golpear con furia y con los nudillos ensangrentados a nuestra puerta. El murmullo quieto de la oración se mezcla con el enervante sonido de centenares de sirenas. Una vez más. Otra. Se sabía, y solo cabe esperar la siguiente. Mientras tanto, el ruido del rechinar de dientes se unirá a la estridencia de neumáticos que marcan a fuego el asfalto, durante otra aciaga e infinitamente oscura noche. Lamentablemente, siempre parece haber demasiada gente en casa para pagar los platos rotos por la ciega ira, absurda, por la mala interpretación de un libro religioso que pocos de los que los defienden habrán leído. Una iglesia (que no religión) al servicio de la necedad y del interés oculto y velado de unos fanáticos peligrosos que se hacen llamar así mismos seguidores de Allah. Que ese mismo Dios nos ampare y nos guarde de esos mismos fieles.
París se vuelve a convertir en el escenario del absurdo, del dolor imposible de interpretar y aceptar, del luto perenne por la sangre inocente que aún queda por derramar. ¿Hasta cuándo? He de confesar que me he resistido a buscar en Google información sobre el asunto, cuando ya anoche vía Twitter me enteré de lo sucedido. Pero la necesidad de verter un par de manchas de tinta electrónica me hizo entrar en algún periódico digital, siquiera para informarme de lo que jamás debiera haber sucedido. Nunca.
Es imposible, en caliente, sacar ninguna conclusión. El dolor, ese fantasma al que ningún conjuro ahuyenta, apenas ha llegado para quedarse un tiempo, indefinido, hasta que otro espectro similar lo releve.
Apenas diez meses después del lamentable suceso del Charlie Hebdo, donde un puñado de necios se cobraron las vidas de inocentes, por la gravedad de la falta de humor (desconfíe de quienes no se ríen de sí mismos, ni ellos se tienen en consideración de saberse fuertes si no es atacando) se vuelve a repetir, cerca de la misma zona, una matanza en la que todo porqué será huérfano por siempre jamás de respuesta. ¿Qué está sucediendo? ¿Qué maldito camino que ya hace largo trecho comenzamos a recorrer nos ha hecho toparnos con este hatajo de malnacidos? Desde luego parece que el odio y el fuego no han de ser los nuevos senderos que elijamos, pues nos acercarán a un infierno todavía más caliente. Por supuesto tampoco la desidia: la contundencia de la ley y del Estado de Derecho han de caer como una losa sobre los responsables, aplastando todo cráneo que albergue la mínima idea de alcanzar un falso paraíso rodeado de vírgenes, de las cuales del himen jamás gotea sangre, si es a costa de verter litros de las venas de los inocentes.
Pero también reconsideremos: hace cuatro años no pocos países Europeos apoyaron, (¿necesariamente?), un cambio de gobierno durante la gloriosa y breve Primavera Árabe. De aquellos polvos esta metrallla. Como gato panza arriba se revelan algunos de estos cafres con insufrible insolencia, o como el caso de Siria, donde jamás dió su brazo a torcer el gobierno que se mantiene incólume, pese a caminar cada día sobre alfombras de sangre y de ver como su pueblo huye despavorido porque su propia cama se le hace ajena. En 2011 nos acercamos a un colmena, pensando recolectar la miel del éxito político y la cera necesaria para prender nueva velas a la Diosa Democracia, cuando en realidad azuzamos un avispero del cual quedan por salir muchos aguijones todavía. Europa así se encuentra en una encrucijada (literal) donde refugiados y terroristas parecen venir del mismo lugar, con un mismo dios, pero con intenciones diametralmente opuestas. Que nuestra bilis no nos ciegue y sepamos diferenciar claramente: no todo musulmán es asesino, ni por supuesto culpable.
Algunos, y que se me permita el ejemplo, viven en plena Baja Edad Media encontrando brujas que ametrallar por doquiera. Otros, como aquella rama refinada del Islam, los sufís, entienden que el extranjero es hermano, y por lo tanto libre de decidir ante qué dios rezan genuflexos, sea Yahvé o la Democracia, sin necesidad de molestarlo en su oración.
Recuerdo una vez, en el aeropuerto Charles de Gaulle, durante una escala que me traía de vuelta a casa desde Zagreb. Me metí en la sala de meditación situada en la planta baja, con la excusa de poder descansar en un sitio a solas y además poder cargar enchufar mi portátil. La sala dedicada al culto islámico estaba repleta, de modo que decidí probar suerte en la sala de culto judío: allí no había nadie. Cerré la puerta y me relajé. Al poco rato, el picaporte se movió, tímidamente, y una mujer con velo entró. Me pidió permiso para poder para rezar, cortésmente incliné la cabeza asintiendo y de inmediato se puso de rodillas, en dirección a la Meca. Me pareció del todo curiosa la estampa: en un templo dedicado a otro Dios, si es que acaso no es siempre el mismo, una mujer de otra confesión rezaba. Más impactante fue aún como dirigía sus plegarias y se postraba ante un gigantesco símbolo de la Menorah (el candelabro judío de siete brazos) a escasos centímetros de su cabeza. La fotografía era espectacular. Ahí me di cuenta de que todo espacio, todo recinto es sagrado, si permites que también lo sea para el otro. Los símbolos, los libros, son simplemente accesorios.
Ese dios al que muchos rezan quiera que no repita lo sucedido, pero sobretodo quiera que nos pongamos a trabajar para conseguirlo. Esta semana vi un video, creo que ya viral, en donde la mediática Oprah Winfrey recordaba al espectador su responsabilidad ante aquello que le suceda en la vida. Solo uno es responsable de sí mismo. Al final de dicho video, sentenciaba con no poca lucidez la periodista: “Me di cuenta de que todas las veces que me sentaba a rezarle a Dios para que me condeciera cualquier cosa, Dios esperaba dentro de mí”
Ojala tampoco pretendamos, por ser Dios de nosotros mismos, convertirnos en el alguacil del infierno para los demás. Que toda vela, oración y minuto de silencio ofrecido a las víctimas de París sirvan también para alumbrarnos, y tengamos la claridad y la inteligencia suficientes para no cegarnos por la ira y encontrar las herramientas necesarias para esta barbarie no se reproduzca.
Luis Miguel Andrés es profesor de filosofía y consultor personal
Twitter: @_LuuisMigueel_