¿Sabes a dónde conduce la vanidad? Alejandro Jodorowsky
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Alejandro Jodorowsky: La vanidad conduce a muchos dirigentes a ser odiados por su pueblo. Pueda está fábula serles útil:
Un pájaro hambriento miraba las aguas infectadas de la costa: ya ningún pez llegaba a las cercanías de la playa. Todos habían huido hacia el océano profundo. Comenzó a morir de inanición. De pronto el ruido de unas lanchas lo sacó de su modorra. ¡Estaban llegando los pescadores con un cargamento fresco! Fueron bajando su abundante cosecha. El pajarraco se acercó lo más que pudo. Una trucha reunió sus últimas energías y saltó fuera del canasto para ir a caer exactamente en el pico del ave. Emprendió el vuelo, lejos del mar, hacia el campo, para escapar de los furiosos trabajadores. Al ver ese alimento, una bandada de cuervos comenzó a seguir al pájaro. Éste, que no descollaba por su inteligencia, se preguntó qué significaba esa comitiva. «¡No puede ser que me sigan a mí: no soy tan importante!» Cambió de ruta, pero tras él más cuervos se unieron a los primeros. «¡Qué grande soy!¡Cómo no se me ocurrió antes venir a pasearme por el campo! ¡Estos cuervos saben reconocer mis valores!» Los negros plumíferos agitaron sus alas, impacientes por devorar el pescado. «¡Ahora me están aplaudiendo! ¡Soy el jefe que ellos esperaban! ¡Por fin encontré mi reino!» Acudieron más cuervos, oscureciendo el cielo alrededor del pajarraco.»¡Qué gran honor! ¡Me veneran! ¡Y yo, estúpido, indigno, con este cadáver en el pico! ¡Van a creer que soy un muerto de hambre!» Arrojó el pescado. Los cuervos se olvidaron de él y comenzaron a disputarse la trucha. Por más que gritó: «¡No os equivoquéis, súbditos míos, aquí está vuestro adorado monarca!» Nadie le hizo caso. Tristemente volvió a su roca de la playa, esperando no morir antes de que volvieran otra vez los pescadores.
El destino otorga a veces el poder. Los agraciados deben tener la humildad necesaria para darse cuenta que el llamado «amor del pueblo» puede ser simplemente hambre, y que sólo será amado si se olvida de sí mismo, cesando su vanidad para convertirse en servidor de los intereses colectivos. Dijo el sabio Lao Tsé: «El hombre grande carece de contornos, estando oculto permanece sin nombre y siendo así, en él todas las cosas convergen y se realizan».
El placer de pensar