Hoy escuché una anécdota que me llamó la atención. La historia era más o menos así:
En un restaurante entra una familia para almorzar: Un matrimonio con su hijo de unos 5 años y otra pareja de amigos. Se sientan y, mientras los adultos ojean la carta, se acerca la camarera y pregunta al niño primero: “¿Qué deseas tomar?”. El niño exclama con espontaneidad: “Una salchicha grande con pepinillos y patatas».
La madre inmediatamente toma la palabra: “El niño tomará crema de calabazas con huevo duro”.
La camarera en ese momento, ignorando a la madre, se dirige al niño y le pregunta: “¿Le pongo mostaza y ketchup a tu salchicha?”. El niño asiente a la camarera y dice a los adultos de su mesa: “¡Ella piensa que soy real!”.
Es necesario que los niños se sientan sentidos, amados, vistos, escuchados, atendidos, para formarse una idea de su propia identidad. Y es que para saber quien somos, no nos hemos mirado en espejos ni en fotografías, sino en los ojos de las personas que nos importan.