Resulta obvio que cuando vamos a tomarnos un té o un café nuestra taza primero debe estar vacía. No se puede llenar algo que ya estaba lleno de antemano. Por esa razón cuando queremos aprender algo nuevo es mejor que nuestra mente esté receptiva y relativamente “vacía”.
Se diría incluso que para aprender algo primero hay que “desaprender”. Aunque tal vez sería más exacto decir que primero deberíamos «devolver» los innumerables condicionantes familiares, educacionales, culturales y sociales con los que cargamos desde nuestra infancia.
Y esto ¿para qué?. Entre otras cosas porque si vamos a un curso con la actitud del que ya lo sabe todo estaremos tan llenos de nosotros mismos que resultará completamente imposible incorporar ninguna otra enseñanza.
Estuve en un aula en la que había una sucesión de armarios empotrados de gran amplitud. El problema era que a pesar de su enorme capacidad estaban absolutamente abarrotados de cosas inservibles que durante décadas nadie se había atrevido a tirar. Si allí no cabía ni una aguja, ¿cuál era entonces su utilidad?
¿Hay otros acumuladores habituales de objetos inservibles?
Una mirada al garaje de nuestra casa, en el caso de tenerlo, puede confirmarlo. De repente nos damos cuenta de que entre otras cosas tenemos varias botellas de gas butano y que apenas usamos una de ellas en ocasiones esporádicas.
Los materiales que sobraron de la última reforma también quedaron acumulados en una esquina. No queremos deshacernos de ellos por si acaso sirven en un futuro para algo. Es probable que pasen dos vidas y no sean usados para nada. Al final los cambiaremos de sitio y crearemos otro espacio acumulador.
Este ejercicio de vaciar, aunque seamos nosotros los que imponemos las reglas del juego, parece infinito.