“Yo pondría un tobogán para ir directos al recreo”. Y empiezan a surgir las ideas.
¿Y eso para qué sirve?
Para que vengan a gusto a la escuela, algo básico para que haya motivación. Coloqué las mesas en cinco grupos repartidos por la clase y les dije: “A partir de ahora viviréis en continentes: Mundo Viejuno, Nueva Zapatilla, Lechugandia del Sur… Diseñaron su bandera, su moneda, sus leyes, su historia, oficios…
Entusiasmados, claro.
Creé veintidós cargos rotativos, uno por niño. El o la historiadora, que se encargaba de apuntar las cosas graciosas o curiosas que sucedían en la clase; el o la encargada de la lista blanca de los altruistas, cuyo despacho –de medio metro cuadrado– estaba en la esquina de mi mesa y decoraba a su antojo, y tenía colgada en la pared la lista de materias, altruistas y buscadores.
¿Y cómo se organizaba?
El que era bueno en mates se apuntaba como altruista en esa materia, y quien no iba muy bien en la asignatura se apuntaba como buscador.
¿Efectivo?
Daba gusto ver cómo se ayudaban. Un cargo importante era el de cabecilla de los sublevados, que ofrecía la opción de escribir en un papel y de forma anónima cualquier problema que surgiera entre ellos. Eso nos permitía a los maestros enterarnos y tratar los temas.
¿Y el que se portaba mal?
Era exiliado a Creta hasta que había meditado sobre el incidente. Yo no entiendo el aula como una burbuja en la que tenemos que dar productos envasados como matemáticas o lengua, hay que educar para la vida.
¿Y cómo se hace eso?
Cuando mezclas esos botes, el resultado es la vida. Las ideas de los niños también tienen que salir de la escuela. Al pueblo de Muel, 1.400 habitantes, llegó un día un circo con animales. Los niños estaban excitadísimos, y les propuse recoger información, vídeos, fotos de ese tipo de circos y cómo eran tratados los animales.
¿Alimentando el espíritu crítico?
Todos acabaron preguntándose por la vida de esos animales y así surgió la idea de crear El Cuarto Hocico, una oenegé virtual que empezó por conseguir que el alcalde prohibiera los circos con animales y que ha acabado como una potente red mundial que amadrina Jane Goodall. Los niños de Muel han hablado en las Cortes y dan charlas en inglés en varios países.
Eso exige cierta destreza.
El don de la comunicación debe estimularse. En mis clases, cada viernes los alumnos se suben a la mesa y durante dos minutos hablan de un tema que han preparado.
¿Y los que lo pasan fatal en ese lance?
A los tímidos y a los que tienen la autoestima baja hay que ayudarlos a dar ese paso fundamental, porque compartir pensamientos, expresar emociones y defender argumentos es una herramienta básica para la vida.
El inseguro siempre capta la frase dicha en un susurro: “Este es un pringao”.
Hay que trabajarlo: cada uno prepara su charla de un minuto sobre un personaje y mientras la pronuncia los otros hacen muecas para intentar desconcentrar al ponente. El humor siempre es un aliado.
¿Cómo combate el absentismo?
En un barrio multicultural de Zaragoza tenía niños que con 10 años no sabían leer. De 24 alumnos venían a clase menos de la mitad. Pensé que lo importante era escucharles. Uno tocaba el cajón flamenco y le pedí que me enseñara: dedicábamos cada día un poco de tiempo a mi torpe aprendizaje; la clase se volvió a llenar.
¿Aprendieron a leer?
Sí, escribiendo una obra de teatro y letras para canciones. En Bureta (200 habitantes) tenía únicamente seis niños, de edades distintas, y dos de ellos, que arrastraban a los demás, no se hablaban, había que trabajar las emociones.
¿Problemas de familias?
Sí, tuve que implicar a todo el pueblo. Escribimos y rodamos una película muda de época en la que los que se odiaban se enamoraban.
¿Cómo consigue que amen la lectura?
Los viernes teníamos el día de la linterna. Bajábamos las persianas y leíamos en una tienda de campaña en medio de la clase. Repartía papelitos secretos: “Te toca leer con voz de anciana…”
Usted se implica.
La implicación es la base de toda educación. Un año en la vida de un niño es mucho tiempo, debemos pararnos a conocer a esos niños que van a pasar tanto tiempo con nosotros. Tenemos que plantearnos qué les preocupa, qué les gusta, qué le motiva a cada uno. Pero a los niños les enseñamos a reproducir en lugar de producir cosas nuevas. Si queremos que mañana participen en la sociedad, han de participar hoy.
Cuénteme algo emocionante.
Un niño con muy baja autoestima, que en el colegio sólo decía hola y adiós porque pronunciaba mal la erre, habló en el congreso mundial por los derechos de la infancia ante 400 personas. Empezó su discurso diciendo: “No me da vergüenza hablar ante ustedes porque lo que tengo que decir es más importante que yo”.
Fuente: La Vanguardia. Entrevista con César Bona, nominado entre los 50 mejores maestros del mundo
2 Comentarios
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Wow. Qué motivador.
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me sorprende y me agrada, aquí vamos pues aprendiendo