A un lado estaba el racionalista, que llamaban amigablemente: “Ver para creer” Firmemente asentado sobre lo material sentía completa indiferencia por aquellas cosas que no podía pesar ni medir.
Al otro lado se sentaba el espiritual, que se dejaba guiar por los otros sentidos al margen de la vista. No tan especializado como el primero, decían de él las malas lenguas que su evolución era menor…
Este era el combate, la lucha –por supuesto en general- del oriental “místico” contra el occidental “racional”
Pero ¿existía tal lucha? En lo más profundo de su ser el materialista sentía admiración por el místico que parecía moverse en un plano muy superior al que él podía abarcar con su vista. Y en cuanto al místico se refiere, secretamente también admiraba la capacidad pragmática para manejarse con las cosas mundanas que no tenía.
El ser humano, bipolar por definición, comenzaba a integrar sus partes escindidas. En un futuro próximo los términos oriente y occidente dejarán de tener sentido.