¿Recuerdan el cuento del traje nuevo del emperador? Todos admiraban el maravilloso e inexistente traje del emperador, porque en realidad estaba desnudo. Nadie veía aquellos supuestos ropajes, pero se dejaban llevar por la multitud que simulaban verlo.
Un cuento no es la realidad, pero ésta siempre supera a la ficción. Hace unos años un brillante empresario y su socio vislumbraron un negocio a escala planetaria que tenía todas las papeletas para convertirse en un gran éxito económico. Se asesoraron convenientemente, buscaron inversores e iniciaron los trámites para llevarlo a cabo. Nadie de su entorno (muy numeroso) pareció ver los peligros del mismo, o si los vieron callaron para no parecer estúpidos, tal y como sucedía en el cuento anterior.
El negocio hizo aguas desde el mismo momento que se puso en marcha. Sin embargo, como nos explica otro cuento (el de los pimientos rojos) una vez realizada la inversión parece que retroceder es admitir la derrota. Por tanto añadieron más dinero a lo ya gastado, convirtiendo la factura en millonaria y el negocio en ruinoso.
Asesores, amigos, especialistas de todo tipo, etc. ¿Todos mintieron? O más bien se dejaron llevar por los muy favorables presagios que llegaban desde todas direcciones.
El empresario en cuestión perdió mucho dinero, cierto. Desde entonces desconfía de “los cantos de sirena” y de los aduladores. Como todo va en doble dirección, alguno de aquellos asesores también aprendió el valor de la verdad. Aunque sólo fuera «su verdad», era preferible a dejarse arrastrar por la marea colectiva.
PD: Menos mal que nosotros, que somos mucho más listos, nada tenemos que ver con aquel Emperador. ¿O hay algún sector de nuestra vida en el que vamos desnudos sin darnos cuenta?