En diversas culturas y momentos de la historia de la humanidad, se ha considerado que en los momentos de indecisión, sobre todo en los más significativos opera una especie de “fuerza” que nos induce a actuar en uno u otro sentido. A dicha fuerza se le atribuye también la responsabilidad para proponer e inducir las circunstancia que permiten expresar el “ser más profundo” de la personas. En muchas ocasiones las circunstancias que propone o impone dicha fuerza no son del gusto, ni hacen parte de las expectativas del ego, entendiendo este último como el aspecto más superficial, la parte más infantilde cada uno.
Podemos considerar a dicha “fuerza” como un elemento arquetipal, en el sentido de que ha tenido diversas manifestaciones en diferentes momentos y lugares en la imaginería de la humanidad.
Los griegos la denominaron Daimon, los romanos la reconocían como ¨el genio” particular, en la mitología egipcia puede corresponder al Ba. En las culturas chamánicas se denominaba “alma libre”, el animal personal, el nahual. Era considerado como un elemento de vinculación entre los dioses y los mortales, con atributos tanto benéficos como destructores. En una jerarquía celestial, podrían ser catalogados como semidioses. En el cristianismo según la connotación luminosa u oscura que se le atribuya puede corresponder a los ángeles o a los demonios. Dichas imágenes pueden estar relacionadas a lo que actualmente nos referimos cuando expresamos la necesidad de escuchar nuestro corazón, sentimiento, intuición, alma, y desde una perspectiva más racional conciencia.
La existencia de una “fuerza” que nos conduzca por determinados derroteros, se encuentra en relación con la noción de destino; concepto que también ha tenido y tiene múltiples perspectivas.
Carl Jung consideraba que lo que no se hacía consiente en el ámbito psíquico, se vivía en el exterior a manera de destino. Sin embargo para Jung, la “compulsión a la repetición” a vivir determinadas tipo de circunstancias, son un intento de la psique para conducirnos hacia la realización de nuestro “ser más profundo”, hacia la expresión singular de nuestra alma, de nuestros potencialidades. Es en este último sentido que James Hillman, el mayor representante de la psicología arquetipal, continuadora de los planteamientos junguianos, retoma el mito de la bellota del alma.
El mito de la bellota del alma alude a que de la misma manera que en la bellota se contiene el patrón del árbol de roble, cada individuo dispone ya en sí mismo su propio potencial de posibilidades singulares y únicas.
Hillman resalta la presencia en diferentes religiones, mitologías y sistemas de pensamientos actuales y pasados, de la imagen de una “energía” del alma única de cada individuo, que busca desplegarse a lo largo de la vida y que se manifiesta como una “llamada”, una vocación, un “destino”. Esta energía singular es un tercer factor que se une a la naturaleza y la educación en la compresión del crecimiento de los individuos. Hillman argumenta que para poder responder a esa llamada es necesario “crecer hacia abajo” como los arboles lo hacen con sus raíces, y así poder reencontrarse con el “verdadero yo”, con las necesidades profundas del alma.
Para Hillman, la motivación para la realización de sí mismo, no viene dada por el exterior sino por el “Daimón” interior de cada uno. El daimón se manifiestan en las circunstancia de la vida, en las oportunidades que se presentan, en las puertas que se cierran, en los espaldarazos y en las zancadillas, en los triunfos y en las derrotas; en nuestros miedos, nuestras fobias, nuestras obsesiones, nuestras ilusiones, en las sincronicidades. En todo aquello que nos conduce a expresar nuestro aspecto más genuino, aquello para lo que hemos sido “llamados”, y que muchas veces no va en la misma dirección de la expectativas de nuestro ego, que busca seguridad y reconocimiento.
Un medio privilegiado que tiene nuestro Daimón para expresarse son los sueños, y es por esto que hacen parte fundamental de la psicoterapia junguiana. En ciertos momentos de la vida son comunes los sueños en que perdemos o se nos estropea el móvil, o intentamos marcar y los números se desvanecen. Estas imágenes quizás puedan ser indicativos de las dificultades que está teniendo nuestra alma para atender o realizar la particular “llamada” para la realización de nuestro “ser más profundo”, de nuestra vocación.
La vocación, este aspecto singular que busca desplegar nuestra alma, se manifiesta en nuestros talentos, en las necesidades más apremiantes, en aquello que clama expresarse y que quizás hemos dejado de lado por burlas o por no acomodarse a nuestros planes consientes. La vocación puede o no coincidir con una profesión. Hillman resalta que por ejemplo hay personas que han nacido para la “amistad” o para aspectos que no son los suficientemente valorados por no ser productivos en nuestra sociedad.
La concepción del destino, según como se aborde puede ser una idea tóxica, paralizante, inhibidora de la acción, pero desde la perspectiva hillmaniana es una idea creativa y estimulante. Así, para Hillman el “captar los guiños furtivos del daimón” es un acto de pensamiento y de reflexión, de ver más allá de las apariencias, de profundizar en el fondo de los acontecimientos, requiere de un razonamiento minucioso. Por su parte considera que el fatalismo, es un estado de abandono de la reflexión, que explica la vida como un todo desde una amplia generalidad. El fatalismo, resalta Hillman, no plantea preguntas, y consuela ya que esgrime de la necesidad de examinar cómo se articulan los acontecimientos.
La psicoterapia junguiana promueve el diálogo con nuestro propio “daimón” como símbolo de un factor que opera en nosotros y nos conduce a ser lo que siempre hemos sido, a desplegar nuestra mejor versión. Solo podernos sentirnos verdaderamente satisfechos cuando escuchamos a nuestro daimón, que nos cuida, en ocasiones nos abofetea, destruye nuestros planes, facilita encuentros, nos presenta oportunidades.