«El tiempo del placer es hoy». «No dejes para mañana todo lo que puedas disfrutar hoy».
¿Cómo te suenan estas frases? Algunos fruncen el ceño al escucharla.
¿Quizás dentro de algunos de nosotros habite un pasajero que te auto-culpa cada vez que no eres productivo?
“Primero el deber y después el placer”, “antes la obligación que la diversión”, “sé responsable”, “cumple con tus tareas”, “no nos defraudes”; todos estos y más son mensajes que muchos de nosotros recibimos de nuestro árbol genealógico y algunos incluso podemos identificar ancestros a los que nos cuesta ver ociosos, gozando, bailando o cumpliendo algún sueño aunque estuviese a su alcance.
Puede parecer absurdo a nuestra parte racional, pero esas órdenes familiares limitan el permiso para disfrutar sin remordimientos. Lo que nuestra familia nos repite se convierte en voces interiores, introyectos que ocupan nuestro sistema interno y secuestran nuestra razón y nuestra voluntad.
Ese yo interior es esclavo de un contrato en el que dice: “para ser miembro del clan hay que ser una persona de provecho”.Ese pasajero toma la decisión de “aprovechar” el fin de semana para adelantar trabajo, o se queda en casa limpiando en un precioso día de sol porque está programado para ello?
¿Te sientes identificado? ¿Cómo desprogramamos ese patrón de no disfrute?
El personaje interior del que hablamos ha intentado hacer algo bueno por ti: mantenerte fiel a un lema familiar, para no ser rechazado o no amado, para no convertirte en un fracasado exiliado de la tribu.
Agradécele su carga y libéralo de su misión. Ya no eres un niño, ya no dependes de la familia para sobrevivir, ya eres suficientemente adulto para hacerte cargo de tus responsabilidades sin tener que renunciar al placer. Quizá ahora ese yo interno podría ocuparse de recordarte tus deberes, pero con más flexibilidad, sin impedir que goces de la vida cada día.
El placer que disfrutes hoy también se lo regalas a tus sacrificados ancestros y el permiso que te das a ti, también se lo das a las generaciones que te sigan.