La cuantía de nuestra valía la estimamos en nuestros primeros años, en esos momentos evolutivos en los que le damos una alta credibilidad a los mensajes recibidos por las personas importantes del entorno que pueden ser: un papá o una mamá que no pasan por su mejor momento, un profesor neurótico, o un compañero de clase envidioso, por ejemplo.
Ideas como “no sirvo…”, “no merezco…”, “no valgo…”, se instalan en nuestro “sistema interno de creencias incuestionables” de manera inadecuada, porque no tenemos recursos críticos o porque tenemos demasiado miedo a separarnos de los demás.
La buena noticia es que, de adultos, podemos acceder a dicho sistema para reeditarlo y borrar todos esos mensajes que no debían estar ahí y volcarlos al “sistema de creencias cuestionables”, donde están los mensajes que llegan de fuera en un contexto determinado y que no son ni verdaderos ni útiles.
Sí, quizás el primer paso para empezar a valorarnos en el presente, ya más críticos y menos miedosos, seria poner en cuestión esas creencias… ¿y si le contamos despacito a nuestro niño o adolescente interior este cuento?:
Hace mucho tiempo, un joven discípulo acudió a su maestro en busca de ayuda.
Su gran preocupación era que sentía que no valía para nada y que no hacía nada bien. Quería que los demás le valorasen más.
El maestro sin mirarlo, le replico: “Me encantaría poder ayudarte pero en estos momentos estoy ocupado con mis propios quehaceres. Quizás si me ayudases a solucionarlos podría acabarlos antes y ayudarte”.
El discípulo aceptó a regañadientes ya que de nuevo sintió que sus preocupaciones eran poco valoradas.
El maestro le entregó un anillo que llevaba en el dedo y le dijo: “Coge un caballo y cabalga hasta el mercado más cercano. Necesito que vendas este anillo para pagar una deuda. Y lo más importante es que trates de conseguir la mayor suma posible pero no aceptes menos de una moneda de oro por él”.
Y así el discípulo cabalgó hasta el mercado más cercano para vender el anillo.
Empezó a ofrecer el anillo a diferentes mercaderes que mostraban interés en él hasta que les decía el precio: una moneda de oro.
La mayor parte de los mercaderes se reían al escuchar la suma, salvo uno de ellos que amablemente le indicó que una moneda de oro era muy valiosa para darla a cambio del anillo.
Frustrado y cansado, el discípulo cabalgo de nuevo a casa del maestro sabiendo que no había podido cumplir con el encargo que le había hecho.
“Maestro, no he podido vender tu anillo por una moneda de oro”, le dijo cabizbajo. “Como mucho ofrecían un par de monedas de plata, pero no he podido convencer a nadie sobre el verdadero valor del anillo”.
“Tienes razón en algo”, le contestó el maestro. “Necesitamos conocer el verdadero valor del anillo”. “Coge de nuevo el caballo y ve a visitar al joyero del pueblo. Pregúntale por el verdadero valor del anillo. Y sobre todo no se lo vendas”.
Y así cabalgó de nuevo hasta el joyero del pueblo quien, tras examinar detenidamente el anillo, dictaminó que éste valía ¡58 monedas de oro!.
“¿¿58 monedas de oro??” replicó el joven asombrado.
Y con esa buena noticia cabalgó de nuevo a devolverle el anillo a su maestro.
El maestro, le pidió que se sentase y que escuchase lo que tenía que decirle:
“Tu eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal sólo puede evaluarte un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu valor?”
3 Comentarios
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wow! Qué bonito cuento Carmen 😀
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Muchas muchas gracias!
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que hermosoooooooo!!!