Para empezar planteando esta crucial cuestión, que la humanidad ha tenido que enfrentarse y sufrir las consecuencias de no encontrar una respuesta válida (aunque la tuviera ante sus narices, en el ejemplo de Jesús de Nazaret) y que tantos miles de millones de vidas ha arrastrado a la inutilidad y la ignorancia, podríamos empezar por la propia vida de Sócrates, maestro de maestros, que la dedicó y la sacrificó en aras de la Verdad. Y digo ejemplo de vida por aquella advertencia bíblica: “Por sus obras los conoceréis”, es decir, juzguemos por lo que hacen y no por lo que pretendan vendernos para supuestamente aliviar nuestra angustia existencia. Y me gustaría empezar por mi propia experiencia con maestros sufís.
Yo había tenido contacto con discípulos de Idries Shah, de la orden Naqshbandi, y leído muchas de sus obras, diez años antes de mis contactos directos con órdenes derviches en Estambul y Teherán.
A través de la búsqueda de contactos y la correcta explicación de mis intenciones, según había estudiado en las obras especializadas, y con el aval de un discípulo (como también se describe que has de hacer en los manuales de instrucciones sufíes) llegué a participar en una sesión de los jueves en la Hanegah (“casa de agua”, traducido literalmente del persa; lugar de reunión y alimento espiritual, de ahí la simbología del agua) de la orden Nematullah Wali en Teherán para suplicar me admitieran. Y esto es lo que quiero explicarles:
Lo primero que el Sheikh, Maestro, me preguntó fue cuál era mi situación social. Le dije que me acababa de divorciar y que mi intención era la de peregrinar por el mundo en busca de la Verdad. Me respondió inmediatamente pero con mucho cariño:
“Amigo mío, loables son tus intenciones, pero aquí no podemos ayudarte. Todos tenemos una familia a la que cuidar y proteger, y por tanto dependemos de un empleo. Aquí todos estamos en las mismas condiciones; yo soy empleado de banca, mi esposa es maestra en una escuela pública, el hermano Verreshk, que tan gentilmente te ha traído hasta nosotros es sastre y mantiene a esposa y tres hijos, de momento… (rió). Te explicaré algo que seguramente habrás leído sobre nosotros: Estamos en el mundo sin ser del mundo. Y este estar en el mundo lo es con todas sus consecuencias, y precisamente eso es la mejor herramienta de aprendizaje. No podemos trabajar contigo en las enseñanzas si no dispones de ejemplos claros y concretos en tu vida cotidiana que te sirvan para comprobar esas enseñanzas de desapego, servicio y a fin de cuentas amor. De modo que si algún día decides colocarte en ese estado de la condición social, vuelve y hablaremos. De momento tu hermano en la orden te proveerá de los libros en inglés que necesites.”
He de añadirles que ese empleado de banca movía cada jueves por espacio de varias horas a dos centenares de hombres y mujeres al ritmo de los tambores y las ney (flauta) hasta el paroxismo espiritual, mientras daba órdenes con la mente a uno y a otro para que se sucedieran en el recitado de las letanías.
Lo que pretendo compartir es que un verdadero maestro no predica, no trata de convencer, de poner las cosas bonitas y atractivas para captar adeptos o discípulos, no muestra lo que sabe ni jamás se vanagloria de ello, porque es consciente que su sabiduría no es suya y que él solo es un canal de transmisión que debe mantenerse limpio y sin estorbos, como un perfecto instrumento musical. Por ello no reclama dependencia y mucho menos devoción. Y es aquel que al ver que su discípulo ya ha asimilado sus enseñanzas que podía administrarle le invita, o le obliga si es necesario, a dejarle, a apartarse de él, porque es muy consciente de que sus enseñanzas, como las de cualquier otro maestro solo pueden abarcar una parte de la totalidad (*). Por ese motivo, porque no hace de sus enseñanzas trascendentes un negocio, ha de tener un empleo o profesión liberal para mantener a su familia.
Uno de los modelos capitales es Krishnamurti, aquel que no quería discípulos ni crear grupos ni organizaciones, que recomendaba no creer a nadie ni a nada que uno no haya podido experimentar. Un hombre capaz de disolver la Orden de la Estrella de Oriente, con más de 10.000 devotos seguidores y capaz de donar sus propiedades para crear escuelas y ceder sus bienes hasta el punto de pasar hambre en algunos momentos de su vida (descrito en su biografía por el matrimonio ingles que lo acogió en su casa). Recomiendo muy especialmente leer su “Discurso de Disolución de la Orden de la Estrella de Oriente”, una operación de márquetin Occidental, creado por mentes oscuras como Anie Besant y Lembecker, para contrarrestar la influencia de la espiritualidad de la India a principios del Siglo XX.
Y por el contrario, uno de los modelos a desmontar es Gurdjeff. El caso de este “mongol que extravió el camino” como suelen llamarle en los círculos sufís del Asia Central, es el típico del iniciado que habiendo sido entrenado en las más altas disciplinas del conocimiento se creyó protagonista de las mismas, es decir, en lugar de canal pensó que era el creador y su vanidad le impulsó a fomentar el culto a su personalidad, y a partir de ese momento la Fuente se desconectó de él.
Es interesante estudiar su trayectoria, y se puede hacer por medio de dos libros: “Los Maestros de Gurdjeff” de Lefort, en el que se describe como viaja de maestro en maestro, de Siria a Egipto, etc., para aprender de cada uno las enseñanzas que éstos pueden darle; lo que decíamos más arriba, cada Maestro solo puede enseñar una parte de la Unidad. Y la segunda obra a leer su “Mis Encuentros con Hombres Notables” donde podemos comprobar su elevado grado de asimilación de las enseñanzas antiguas, y tal vez algunos extractos de su “Relatos de Belcebú a su Nieto”. El resto es repetición y tratar de sacar partido a todo lo que va encontrando, añadiendo de su propia cosecha mucha imaginación.
En resumen, podríamos reflexionar sobre la condición mundana del maestro espiritual que iniciábamos al principio, por medio de una sencilla pregunta: ¿Es un empleo, un negocio o una responsabilidad? En otras palabras, ¿se puede vivir de aliviar el vacío existencial de la gente y ayudar a su descubrimiento personal? Y como no me estoy refiriendo a profesiones como la de psicólogo, astrólogo o sacerdote, sino a fenómenos mediáticos como Castaneda, Sai Baba, etc., por poner algún nombre no contemporáneo, a mí entender una útil vara de medir puede ser aquella máxima crística citada al principio de: “por sus obras los conoceréis”.
Tomemos un ejemplo muy conocido: Castaneda salió a hacer un trabajo de campo para su tesis doctoral de antropólogo y se encontró de bruces con una parte espectacular y exótica del Conocimiento, y él y sus discípulos crearon una corriente espiritual. Dejando aparte la controversia sobre la veracidad de sus afirmaciones y la opacidad biográfica, porque no es objeto de lo que quería exponer, lo real es que en “Las Enseñanzas de Don Juan” encontramos un elemento, presente en todas las enseñanzas trascendentes, destinado a proporcionar a la persona la percepción de su otra realidad, probablemente La Realidad. Lo que quiero decir es que si se toma un elemento por si solo sin relacionarlo con la totalidad, uno puede hacerse rico publicando libros, cobrando conferencias y cursos y en fin otras manifestaciones mediáticas, pero solo habrá cumplido con aquel chiste del diablo y el humano que encontró una parte de la Verdad.
Dice que un día caminaba el Diablo por la calle explicando a sus discípulos algún aspecto del Conocimiento cuando uno de ellos le advirtió: “Maestro, mirad ahí abajo, ese humano ha encontrado una parte de la Verdad”. “¿Y qué?”, respondió el Diablo. “Pues que puede desmontar toda nuestra estrategia de manipulación de masas”. “No te preocupes, pues ha encontrado solo una parte, y como le va a deslumbrar ese descubrimiento, creará una secta o corriente espiritual y se olvidará de seguir buscando para relacionarlo con la Totalidad”.
El dilema es: Encontrar una parte y explotarla mediáticamente o seguir buscando las demás, aunque uno deba mantenerse en el empleo o profesión que le da de comer. Eso es lo que quería proponer aquí.
Juan Trigo
El Bruc diciembre 2014
(*) La Verdad está diseminada por el mundo, y al buscador ha de ir recopilando los fragmentos, en una especia de ritual referido al mito de Isis recogiendo los pedazos de Osiris. Dice Ibn Arabi, sufí hispano del siglo XIII, “Un verdadero arif (compleja palabra árabe que podría traducirse como creyente, buscador, realizados espiritual) no puede quedarse atrapado en ninguna forma de creencia.