J. Bowlby y Mary Ainsworth fueron pioneros definiendo y experimentando en la «Teoría del apego». Descubrieron al mundo de las relaciones una serie de evidencias sobre la importancia de los vínculos personales para el crecimiento, la estabilidad emocional, el desarrollo y la salud de los niños.
Éstos necesitan un apego seguro a cuidadores dotados de empatía, sensibilidad y disponibilidad.
Para identificar con qué figura tuviste un apego seguro en tu infancia (aunque por su puesto puede haber más de uno) puedes hacer el siguiente sencillo ejercicio:
Cierra los ojos e imagina que estás en la orilla del mar. Siente la brisa en tu cara. Escucha el sonido de las olas rompiendo cerca de tus pies desnudos que se hunden en la arena. Deja que todos tus sentidos te lleven allí. En tus manos llevas una botella en la que has metido un papel enrollado. En él, escribiste “te quiero” con todo tu amor. Vas a arrojar la botella al mar con todas tus fuerzas y con la intención consciente de que ese mensaje le llegue a alguien que sabes que lo recibirá con una inmensa alegría. Imagina su mirada, su sonrisa al leer ese «te quiero». Tienes la certeza de que esa persona te tiene presente y te ama, allá donde esté.
Curiosamente, todo esto que necesitamos cuando somos niños de nuestros padres o cuidadores, es lo que de adultos le pedimos a nuestra pareja. Quizás por eso, en el marco de una pareja fría, egoísta, insensible, distante, nos quedamos bloqueados, como huérfanos, ansiosos e inseguros. Lo más precioso que podemos ofrecer en nuestras relaciones íntimas es eso: empatía, “me pongo en tu lugar”, sensibilidad, “hago que te sientas sentido o sentida por mi” y disponibilidad, “cuenta conmigo, estoy aquí para lo que necesites”.