Entre máscaras y espejos, una mirada sobre el dolor.

Entre máscaras y espejos, una mirada sobre el dolor.

“Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago.”Parece ser el lema de la educación en una cultura en la que tenemos que crecer en la contradicción de ser lo que no somos y con la exigencia de la felicidad.

Muy tempranamente, asumimos que no podemos ser  quiénes  somos y es la divergencia con nuestros espejos familiares la que nos sume en una búsqueda sin horizontes claros, en la construcción de una identidad sin parámetros propios.

El dolor se ofrece como moneda de cambio en esta transacción aceptable entre el deseo y la moral.

Si bien el dolor es algo que podríamos decir que compartimos con el resto de la humanidad, en sus singularidades nos tiñe de características que nos definen, no todos percibimos el mismo nivel de dolor, ni reaccionamos de la misma forma a las limitaciones que nos impone.

Desde lo físico podríamos decir que nos marca un límite que nos preserva de los descuidos hacia nuestro cuerpo, y  así va a aparecer la idea de que somos más o menos fuertes, en la medida de que seamos capaces de desafiar los límites que nos impone o no.

El tema se vuelve más complejo cuando nos referimos a la mirada que tenemos sobre nuestros dolores y sus límites, porque ahí aparece nuestra elección en relación al dolor, una elección que nos limita en algunos casos y que nos define siempre. Porque se vuelve una máscara, nos da una nueva identidad, una identidad que muestra lo que no nos atrevemos a comunicar de otra forma y que nos resguarda  de algo que consideramos aun peor. Una máscara que nos oculta y al mismo tiempo nos revela la complejidad de una esencia que pretendimos silenciar.

Cabe preguntarnos entonces: ¿Qué registro tengo de mis dolores?, ¿Que anclaje emocional tengo con ellos?, Qué memorias se activan, que limites se imponen?, ¿Qué actitudes definen?, Que identidad quiebran?, De qué me protegen?, De qué me liberan?

Para después, de debatirnos entre mascaras y espejos, volver a mirar, ya sin máscaras, soltar el dolor  y honrar lo que queda.

Aletheia 11

Mi nombre es Érica Valeria Peters, nací hace 41 años en el seno de una familia de campo de la llanura pampeana. No sé si fue el desconcierto geográfico, las horas mirando el horizonte  o la biblioteca que me lego mi madre lo que genero este carácter reflexivo, pero lo concreto es que disfruto dándole una segunda mirada, un intento de capitalizar una enseñanza en todo lo vivido.

Me dedico a realizar terapias de Armonización Energética y Restauración Áurica, además, junto con un amigo, realizamos encuentros de reflexión y trabajo consciente, sobre el poder simbólico del lenguaje, los pensamientos y las emociones.

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