Un joven viudo, que amaba mucho a su hijo de cinco años, salió en un viaje de negocios y en su ausencia llegaron unos bandidos, quemaron todo el poblado y raptaron a su hijo. Al volver el hombre vio las ruinas y fue presa del pánico. Confundió el cadáver carbonizado de un niño con el de su hijo, y se tiró del pelo, golpeó su pecho y lloró sin consuelo. Organizó una ceremonia de cremación, reunió las cenizas y las depositó en una hermosa bolsa de terciopelo. Cuando trabajaba, dormía, comía, siempre llevaba las cenizas consigo. Un día, el hijo verdadero escapó de los ladrones y encontró el camino de vuelta al hogar. Llegó a la nueva choza de su padre, a media noche, y llamó a la puerta. Como imaginarán, a esas alturas el joven padre aún tenia consigo la bolsa de cenizas y lloraba. Preguntó: “¿Quién llama?” Y el niño respondió: “Soy yo, papá. Abre la puerta, soy tu hijo.» En su agitación mental, el padre pensó que algún niño se burlaba de él; gritó que se fuera y siguió llorando. El pequeño volvió a llamar, una y otra vez, pero el padre se negaba a permitirle la entrada. Pasó algún tiempo y finalmente el niño se marchó. A partir de ese momento, padre e hijo no volvieron a verse.
Después de relatar esta historia el Buda dijo: “En algún momento, en algún lugar aceptarán algo como la verdad. Si se aferran en exceso a ella, cuando aparezca la verdad en persona y llame a su puerta, no abrirán.”
Se dice que si tomamos como verdad una cosa y nos aferramos a ella, aun cuando la verdad misma se presente en persona y llame a nuestra puerta, no responderemos a su llamado. Para que las cosas se revelen a nuestros ojos, necesitamos estar dispuestos a abandonar nuestras concepciones personales.
(Thich Nhat Hanh: maestro zen, poeta, activista por la paz y escritor)
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Autor
Juan Trigo: Caramba, típico cuento dramático para explicar algo fundamental. El dramatismo está en proporción con la importancia del mensaje