
Una puerta es un lugar de paso o acceso que sirve para comunicar espacios distintos. Existen infinitos tipos de puertas que a su vez pueden estar abiertas de par en par o cerradas bajo siete llaves.
Resulta muy útil disponer de un mapa personal que nos permita guiarnos dentro del laberinto que es el ejercicio de vivir. Mapa que pueda mostrarnos muchas de las puertas y dependencias que no somos capaces de ver. En este caso me refiero a un mapa de carácter astrológico (Es evidente que hay muchas maneras de orientarse y cada cual debería encontrar la suya, la que le resulte útil)
La referencia de Puerta del Infierno es de un astrólogo del siglo IV llamado Julius Firmicus Maternus. Era la entrada de la segunda casa y para él resultaba infernal por no tener ningún aspecto con la puerta principal de la carta o Ascendente.
Un gran astrólogo actual, Juan Trigo (un verdadero sabio con muchísima experiencia en la interpretación de estos mapas astrológicos), se refiere a este sector como el de las necesidades.
En esta vida cada cual tiene su puerta para acceder, o tomar conciencia, de las que son sus necesidades ineludibles. Y ello con independencia de que después las consiga o no.
Las necesidades van más allá del dinero y los recursos. Por ejemplo la necesidad de protección y cariño resulta fundamental para un niño. La angustia existencial puede ser el resultado de no habernos sentido protegidos durante la infancia y bajo esas circunstancias parece muy claro que podríamos hablar de Puerta del Infierno con mayúsculas.
Tal vez el infierno solo sea una actitud frente a la vida. De ahí que resulte sencillo encontrar el infierno (o el cielo) aquí mismo. El siguiente cuento lo expresa muy acertadamente:
Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado: Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada; todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que, allí, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente.