En aquel mundo, usando herramientas de inteligencia artificial, eran capaces de rastrear la vida personal de cada uno. Billones de datos de alta precisión eran usados por gobiernos, multinacionales, empresas y un sinfín de organismos de todo tipo.
Cuando se solicitaba un empleo el currículo académico se valoraba en un 10%. El currículo profesional, o experiencia, tenía un 30% de valoración. Y la parte más importante, el otro 60%, correspondía a lo que llamaban currículo virtual. En realidad cualquier proceso de selección comenzaba utilizando los datos que aportaba la inteligencia artificial. A continuación se computaba la experiencia profesional, quedando como anecdótica la parte académica.
El sistema descartaba -por considerarlos peligrosos- a aquellos usuarios sin datos virtuales. Sospechaba de cualquiera que no tuviera ninguna huella digital. Allí no se podía probar la existencia real si no encontraban un reflejo en el mundo virtual.
Los cargos electos eran sometidos a un análisis exhaustivo de todas sus interacciones virtuales en el pasado. El mínimo desliz, cualquier disonancia entre currículo profesional y virtual, conducía la mayoría de las veces a un linchamiento social.
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¿Qué mundo estamos construyendo? ¿La tecnología no era una puerta hacia la libertad?- Preguntó a su maestro.
Este le respondió: “En este mundo que vivimos, dual, no hay absolutamente nada que sea bueno o malo; positivo o negativo. El mundo digital -o virtual- tiene sus ventajas y también inconvenientes. Te iras dando cuenta de que todo se reduce a una cuestión de equilibrio y que lo importante es aprender de ello”.