
«Eso es nuestra casa. Eso somos nosotros… un mota de polvo suspendida en un rayo de sol». Hace 25 años, la sonda Voyager captó la mítica imagen de nuestro planeta que inspiró estas palabras de Carl Sagan. A él le costó una década convencer a los directivos de la NASA de que merecía la pena tomar esta fotografía de la Tierra, cuando la nave se encontraba ya a más de 6.000 millones de kilómetros de distancia.
Reconoció al realizar su propuesta que la operación no tenía ninguna justificación científica, ya que no se podría obtener ningún dato relevante para el estudio de nuestro planeta. Sin embargo, Sagan estaba convencido de que esta imagen podría tener un enorme valor filosófico y educativo, al ayudar a la Humanidad a tomar conciencia del minúsculo lugar que ocupa en el Universo, y de la fragilidad de su privilegiado hogar cósmico.
Sagan, por supuesto, dio en el clavo, y un cuarto de siglo después, ese «pálido punto azul» es uno de los grandes iconos que ha contribuido a forjar en nuestra especie una verdadera conciencia planetaria: la percepción de que, por encima de cualquier frontera más o menos provinciana, todos los seres humanos navegamos en el mismo barco y dependemos los unos de los otros para mantenerlo a flote.
Sin embargo, a pesar de los tímidos avances de esta conciencia planetaria, la realidad es que nuestra preocupación por la frágil patria cósmica que debemos cuidar entre todos aún es muy débil. Ojalá la elocuente visión de Carl Sagan sobre el «pálido punto azul» que tenemos el privilegio de habitar se convirtiese en una asignatura obligatoria en todas las escuelas del mundo, frente a los aldeanismos cerriles que siguen campando a sus anchas.
Fuente: El Mundo. Extracto de un artículo de Pablo Jáuregui