Cada uno de nosotros somos como un río –o tal vez solo un afluente- que nace salvaje en las alturas y desciende, buscando su camino, hasta el mar. Como no podemos escoger la orografía del terreno, el tiempo que nos toca vivir, estamos obligados a realizar un ejercicio de constante adaptación.
Siguiendo el curso del río es probable que nos encontremos con la pareja, con otro río. A partir de ese punto, durante un tiempo o tal vez hasta la desembocadura final, avanzaremos juntos sumando caudales. Lo importante es fluir, ser adaptables, capaces de sortear los obstáculos, e incluso de abrir nuevas vías cuando resulte necesario.
La pareja es colaboración, compañerismo, visión multiplicada, etc. Viajar en pareja no significa cargar con el doble de peso, sino con la mitad. El poder de cualquier “nosotros” es superior al poder del “yo”, y el más poderoso de los “nosotros” es el que se configura entre dos “yos” que forman pareja. Ahora bien, recordemos que la felicidad es algo personal e intransferible, nunca deberíamos depositar sobre ella nuestros deseos, proyecciones, sueños y dependencias.
Tal vez sea cierto que al formar una pareja, entramos en terapia. La duración de la misma coincidirá con la vida de pareja que hemos iniciado. Es un saludable contrapunto a nuestro ego que puede favorecer nuestra presencia en el aquí y ahora.
Y por encima de todo la pareja -cuando es pareja- resulta un verdadero privilegio.