La mente que conspira…

La mente que conspira…

En nuestro interior parece que todos llevamos a un periodista que utilizamos para obtener y transmitir información. Personaje que tiene que ver con el razonamiento primario, con la formación de las ideas, etc.

Como no todos los periodistas son iguales, porque un mundo así sería muy aburrido, vamos a centrarnos en un tipo concreto de periodista. Un personaje interno al que le gusta conspirar, o que intuye que todo es fruto de conspiraciones complejas que otros hacen a nuestras espaldas. 

Hay un jugador de baloncesto de la NBA que cree que la Tierra es plana. De nada sirve que se lo desmienta un astronauta que ha vivido en la Estación Internacional, o que circulen millones de imágenes de la Tierra vista desde el espacio, para un conspirador estos datos solo reafirman su teoría del montaje. Hasta que no suba a la estratosfera y vea con sus propios ojos la curvatura de la Tierra no creerá en ella.

Recuerdo de muy pequeño que mi abuelo, un hombre de campo nacido en el siglo XIX, estaba convencido de que los aviones no volaban. Él decía textualmente: “los burros no vuelan”. Tal vez su ceguera al respecto tuviera como base su carácter sentencioso y que él nunca se subió a un avión.

Claro que una cosa es no creer en lo que no podemos experimentar directamente -lo cual resulta hasta saludable- y otra atribuir propósitos verdaderamente extraños. Circula por las redes la noticia de que las estelas que dejan los aviones en el cielo no se formarían a partir de vapor inofensivo, sino con sustancias destinadas a causar todo tipo de fenómenos adversos. La conspiración sería que están tratando de cambiar el clima, de provocar sequías, alterar el ADN de las personas o incluso esterilizarlas para impedir la superpoblación. 

Comprendo que lo de mi abuelo tiene poca o ninguna justificación, pero reconozco que todavía es más raro imaginar 100.000 aviones diarios -numero de vuelos- lanzando tóxicos al espacio. 

Nuestra mente es capaz de inventar, interpretar (por supuesto también de creer) en las teorías más rebuscadas. Y las hay para todos los gustos:

¿Quién no ha escuchado que el hombre no ha pisado la Luna, y que los movimientos de Neil Armstrong se filmaron en un estudio?

Casi se puede entender que millones de personas a lo largo de todo el mundo crean que todos los alunizajes fueron filmados por Kubrick en un plató secreto de Hollywood. Da igual que la sonda LRO haya fotografiado el lugar del alunizaje de las misiones Apolo en varias ocasiones, porque desde la “mente conspirativa” todo es manipulable. 

Para los que gustan de teorías alienígenas las pirámides de Egipto fueron creadas por extraterrestres. Sirven como una especie de aeropuerto o guía para a las naves espaciales. (Hay muchísimas teorías al respecto, casi infinitas, lo que sin duda habla muy bien de la creatividad humana) 

Hay teorías que desbordan la imaginación, como la de que el avión de Germanwings estrellado en los Alpes por Andreas Lubitz en marzo de 2015 fue en realidad derribado por un láser del Gobierno estadounidense. 

¿Disparar un láser contra un avión lleno de pasajeros? Es posible si damos validez a esta otra noticia de que los móviles causan cáncer y el Gobierno hace la vista gorda.

Lo cierto es que cualquier bulo repetido el suficiente número de veces se transformará en verdad.

¿El MI6 –el servicio de inteligencia del Reino Unido– orquestó un complot para asesinar a la princesa Diana, que representaba una amenaza para el futuro de la casa real británica? 

Es muy probable que lo que vemos (eso que llamamos realidad) esté impregnado por el color de las lentes que llevamos puestas. Incluso que no sepamos que llevamos lentes, lo que nos conduce a creer que tenemos acceso directo a la Verdad, que la identificaremos sin ningún problema. Entonces los vendedores, que son legión, aprovecharán cualquier oportunidad para que compremos cosas que no necesitamos. 

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