Tras cruzar la puerta de entrada las miradas se centraron sobre él. Su imagen transmitía intensidad, no pasaba precisamente desapercibido porque vestía con una combinación de colores muy llamativos. Otra cosa en su apariencia -cierta aura- provocaba que lo vieran de mayor tamaño de lo que era en realidad.
Como conferenciante se había propuesto comunicar de manera profunda, casi obsesiva, una serie de mensajes que podían ayudar a muchas personas en su día a día. Se movía frente a un público muy variado que además parecía necesitar convertir sus palabras en algo nutritivo.
Puso mucha energía, estructura y estrategia en la charla. Y pasó casi de puntillas sobre su historia personal, silenciando en parte su origen, que no sentía muy digno.
-«¿Has venido ha hablar de tus necesidades?»- dijo alguien de la sala– «Sin embargo harías bien en preocuparte primero de las nuestras»
¡Cierto! -respondió. No es fácil ser un conferenciante. Primero he de encontrar a un público determinado que esté dispuesto a escuchar lo que tengo que decir. Cualquier vendedor necesita de alguien dispuesto a comprar su mercancía. Sin la presencia real de ese «otro» no hay transacción posible. Esa es la magia del encuentro que estoy buscando.