Como las dos hélices del ADN, libertad y seguridad se complementan, se encuentran, escapan la una de la otra y vuelven a abrazarse, hasta que nos volvemos presas del vértigo existencial.
Cuando soy libre, soy quien yo soy: aun en la adversidad, o en la más infinita de las abundancias, no tengo patrón ni amo.
Cuando sacrifico mi vocación de ser único e irrepetible: caigo en la trampa de vender una parcela de mí en pos de una supuesta certidumbre.
Pero si no somos dueños ni de un pelo de nuestra cabeza, ¿cómo podemos llegar a pensar que mandamos sobre los acontecimientos? Que alguien me diga en qué consiste la seguridad: le escucharé, pero me costará dejar de pensar que es el nombre romántico que se le da a la monotonía.
Luis Miguel Andrés es profesor de filosofía y consultor personal
Twitter: @_LuuisMigueel_