Consciente de sus miedos infantiles desarrolló un sistema que le permitía medirlos. Utilizó como “termómetro personal” de sus miedos una escalera con diez peldaños que separaban la calle de la puerta de entrada a su casa.
Los primeros escalones los asoció a cuando era capaz de gestionar su miedo sin ningún problema. Aquellas situaciones que lo obligaba a reflexionar sobre lo que estaba haciendo.
Los centrales eran difíciles pero no imposibles. Suponían un esfuerzo ya que tenía que poner en funcionamiento algunos de sus recursos personales para afrontarlos. También es cierto que en esos ejercicios de confrontación muchas veces descubría cosas sobre sí mismo que nunca imaginó tener.
Lo realmente complicado era cuando un miedo lo situaba en los últimos escalones, en aquellos más altos. Aprendió que lo mas apropiado era buscar ayuda externa si el miedo se convertía en algo que lo incapacitaba. Manos expertas podían ayudar a afrontarlos, superando la parálisis que impedía cualquier tipo de reacción por su parte.
Con el paso de los años la escalera de sus miedos sigue siendo la misma, pero estos han ido cambiando al ritmo de un Universo en el que todo está en movimiento.