Iluminación Pánica (segunda parte). Por Alejandro Jodorowsky

Iluminación Pánica (segunda parte). Por Alejandro Jodorowsky

Alejandro Jodorowsky: Santa Teresa de Jesús, en su libro, “Camino de Perfección”, termina así el capítulo segundo: “No sé lo que había comenzado a decir que me era divertido; creo lo ha querido el Señor, porque nunca pensé escribir lo que aquí he dicho”.

El escritor Raymond Russel, uno de los principales precursores del surrealismo, cuenta en “Cómo escribí algunos de mis libros” la más importante experiencia de su vida. Fue tal conmoción que le causó que tuvo que tratarse con el doctor Pierre Janet quien, en “De la angustia al éxtasis”, narra el caso de este genial escritor. A los 19 años, Raymond Russel cae en un periodo de éxtasis y escribe una novela en alejandrinos llamada “La Doublure”. “Durante algunos meses experimenté una sensación de gloria universal de una intensidad extraordinaria. Esta gloriara un hecho, una constatación, una sensación: yo tenía la gloria… Lo que yo escribía estaba rodeada de rayos; cerraba ventanas y cortinas porque tenía miedo que la más pequeña abertura dejara salir los rayos luminosos que emergían de mi pluma… Dejar sueltos esos papeles hubiera producido rayos de luz que habrían llegado hasta China… Pero de nada servirían mis precauciones, llevaba el sol dentro de mí mismo. Sin dudas, cuando apareciera el volumen, esta hoguera enceguecedora se revelaría más aún e iluminaría el universo; sin crearlo puesto que yo lo llevaba ya en mi interior… Estaba en ese momento en un estado de felicidad increíble…”

(Comparo estas últimas palabras con otras de Pascal cuando cayó en éxtasis: “Alegría, alegría, alegría, llanto de alegría”). “Viví más en ese momento que en toda mi existencia”. Pero al salir la novela no fue comprendida. “El fracaso me causó un shock de una violencia terrible. Tuve la impresión de ser precipitado hacia la Tierra desde lo alto de una prodigiosa cima de gloria.”. Necesitó varios años para salir de esta crisis y volver al trabajo, pero conservó siempre la obsesión de encontrar nuevamente la sensación de gloria: “Ah, esa sensación de sol moral… Nunca he vuelto a encontrarla. La busco y la buscaré siempre. Daría todos los años que me quedan por vivir a cambio de sentir un solo instante otra vez esa gloria”. Se sumerge en la literatura, en el ajedrez, en la droga y por último, en su búsqueda desesperada, termina suicidándose.

Otro escritor genial, Alfred Rubin, bastante ignorado y a quien André Bretón sacó del olvido otorgándole igual categoría literaria o más que a Kafka, padeció fenómenos de iluminación. Los narra en su autobiografía que precede a su novela “L´Autre Coté” publicada por Pauvert. Los fenómenos comienzan así: “Con el corazón desbordante, yo vagaba por la ciudad. En la tarde entré en un teatro de variedades buscando un ambiente diferente y, sin embargo, ruidoso, que compensara la ansiedad que sentía y que se iba haciendo cada vez más violenta. Entonces se produjo un fenómeno psíquico notable y, para mí decisivo, que aún hoy no comprendo, a pesar de que haya pensado mucho tiempo en él. Mientras la pequeña orquesta comenzaba a tocar, todo lo que me rodeaba se me dio más clara y distintamente, como bajo otra luz. En los rostros de los espectadores ci de pronto imágenes de la bestialidad humana. Todos los ruidos eran extrañamente exóticos, cortados de su fuente de origen. El sonido resonaba en mí como un lenguaje universal, sarcástico, gimiente, zumbante, al que yo no podía comprender pero que me parecía tener un significado oculto absolutamente fantasmagórico. Me sentí triste a pesar de que un extraño sentimiento de bienestar me recorría. Y de pronto fui sumergido en una tormenta de imágenes en negro y blanco – es imposible representarse las millares de riquezas que mi imaginación hacía vibrar ante mis ojos. Huí del teatro y vagué por las calles sombrías, dominado, literalmente violado, por una fuerza obscena que, por un efecto mágico hacía nacer en mi espíritu visiones de animales extraños, de casa, paisajes y situaciones grotescas y terroríficas. En mi mundo maldito yo me sentía increíblemente bien y estaba transportado por la exaltación; cuando me cansé de caminar entré en un pequeño salón de té. Ahí también todo era absolutamente extraordinario. Desde que entré me pareció que las sirvientas eran muñecas de cera animadas quién sabe por qué mecanismo”. (Me veo obligado a citar estas palabras de Gurdjieff de “En busca de lo milagroso” anotadas or Ouspensky: “Hay una mecanización muy peligrosa: ser uno mismo una máquina. Todos los hombres son máquinas). “Era como si acabara de sorprender a los pocos clientes que había-que me parecían tan irreales como sombras- librándose a operaciones diabólicas… El estado que me habitaba duró todo el tiempo que demoré en llegar a mi casa. La calle me pareció retorcerse por voluntad propia y una montaña pareció elevarse y formar un inmenso anillo alrededor de la ciudad”.

Esta montaña que se eleva es comparable a la de Wou Men. Cuando este monje se iluminó (en el siglo trece) compuso este poema:

Un rugido de trueno en el cielo azul

de medio día

la multitud de hombres en la Tierra

abre sus ojos

todos los fenómenos del universo se

prosternan de un solo movimiento

el monte Sumerú salta y danza.

Más tarde, Kubin cuenta que “En 1903, mi conciencia alcanzó de pronto un grado tal de insólita luz interior, que sentí, quizás solamente algunos segundos, una indescriptible sensación de paz y me sentí como una entidad en la cual mi cuerpo, la pieza donde estaba, mis experiencias cotidianas, formaban un todo confundido. Esta extraordinaria sensación, que llega bruscamente y desaparece sin dejar huellas, es por sí misma tan convincente que me resulta incomunicable a los otros. Desde el momento en que me sucedió esta experiencia se transformó en la fuente principal de mi vida”. Después de muchos años de sufrimientos tratando de encontrar sentido a su vida, Kubin cree llegar a una paz interior. “Nosotros, ese ser misterioso que es el nuestro, somos el poeta, el director y el actor de esta obra”. “Un rayo de sol se prende, como por azar, en el espejo. Acariciando por este estallido de luz, levanto los ojos y veo en el espejo mi rostro iluminado.

El rostro sonríe”.

Hablaré brevemente del gran poeta Milocz, quien padece un fenómenos de levitación en el mercado de las flores de la Madeleine en 1914 y que escribe después “Ars Magna” y otros libros esotéricos. Para presentar una carta del poeta Fernando Pessoa fechada el 13 de  enero de 1935. (Ver “Fernando Pessoa” por Armand Guilbert, Seghers). De la que se dice que “es uno de los documentos más conmovedores de toda la literatura”: “Un día en el que finalmente yo había renunciado, – era el 8 de marzo de 1914- me acerqué a una cómoda alta y, tomando un papel, me puse a escribir, de pie, como lo hago todas las veces que me es posible. Y escribí sin parar treinta y tantos poemas en una especie de éxtasis cuya naturaleza no sabría definir. Fue el día triunfal de mi vida y jamás podré conocer otro igual. Comencé con un título “El guardián de rebaños” y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí al que no tardé en nombrar Alberto Caeiro. Perdone lo absurdo de la expresión, me había aparecido mi maestro. Esa fue la sensación que experimenté. A tal punto que, inmediatamente escritos esos treinta y tantos poemas, tomé otro papel y escribí, al hilo igualmente, los seis poemas que constituyen Lluvia Oblicua, de Fernando Pessoa. Inmediatamente e integralmente… fue el retorno de Fernando Pessoa_Alberto Caeiro a Fernando Pessoa solo. O, mejor aún, fue la recreación de Fernando Pessoa contra su inexistencia en tanto que Alberto Caeiro…”

Gerardo de Nerval describe lo que él llama “su enfermedad” en Aurelia: “Me creía un héroe viviente vigilado por los dioses. Todo vive, todo actúa, todo se corresponde: los rayos magnéticos que emanan de mí mismo o de otros atraviesan sin obstáculo la cadena infinita de las cosas creadas; es una red transparente que cubre al mundo, cuyos hilos desplegados se comunican con los planetas y las estrellas. Cautivo en estos momentos sobre la Tierra, me entretengo con el coro de los astros que participan de mis alegrías y dolores”.

Nijinsky describe un un estado de ánimo que también es estudiado por los psiquiatras como una “enfermedad”. “Mi locura es mi amor por la humanidad. He elegido el Amor Universal. Habiendo alcanzado una altura de dos mil metros, permanecí allí durante largo tiempo. Luego una voz resonó en mí y grité en francés “¡Parole!”. Hubiera querido hablar pero era tan potente la voz que nacía en mí que no pude hacer otra cosa que clamar: “¡Os amo a todos! ¡Os amo y quiero que seáis felices! ¡Rechazado por el mal, atraído por el amor, llevo el mundo entero en mi corazón!”.

Sigue Nijinsky escribiendo en su diario: “Siento las cosas sólo por la carne sin la intervención de la inteligencia. Soy carne y sentimiento. Mis facultades están de tal manera desarrolladas que llego a hacerme comprender por la gente sin siquiera dirigirles la palabra. Las veo moverse e inmediatamente todo se me hace claro. Veo sin mirar, nada más ayudándome con mi sentimiento. Los ciegos comprenderán muy bien si digo que los ojos no son necesarios para percibir las cosas. ¿Qué necesidad tengo de consejos? Fiándome de mi sola intuición estoy seguro de no equivocarme. Los hombres, para mí, son transparentes y los oigo sin que les sea necesario hablarme… Yo no estudié geología, pero poseído por el espíritu de la tierra, la siento viva”. (El budismo dice que la montaña, el río las hierbas y los árboles, todos los fenómenos, en la iluminación, se convierten en el Buda).

Otro “enfermo” que se entregó en manos de los psiquiatras fue Federico Nietzche, en 1889. De este filósofo se ha dicho: “Nietzche, ateo a fuerza de religión” (Du Bos)… “El escritor era el Anticristo, el hombre era San Francisco de Asís” (Charles Lalo)… “Un cristiano ateo que reinventó la ternura franciscana” (Charles Andler) … En su peregrinaje en busca de lo absoluto, Nietzche llegó a intuiciones que alcanzaban lo super-lúcido. “Percibo físicamente la cercanía de un alma: ¿Qué digo?, no sólo la cercanía sino su fondo, sus entrañas mismas. La olfateo: (Ecce Homo)”. “Ah, amigo mío por momentos digo que me entrego a fondo a una vida muy peligrosa, porque soy una de esas máquinas que pueden estallar. La intensidad de mis sentimientos me hace temblar y reír a la vez.” (Carta a Peter Gast, 1881)… “Un eterno deseo me empuja hacia las cimas /Y mi alma también es un canto de amor…” (Poesías completas. Editions du Seuil)”… “Todo el tiempo he escrito mis obras con mi cuerpo y mi vida entera, yo no sé lo que son los problemas intelectuales. (La voluntad de poder)”… Elie Faure en “Los Constructores”, cuenta que Nietzche a los 25 años, volviendo a ver a sus amigos de Nápoles, habló de fundar un convento laico y que en Génova la gente del pueblo amaba a Nietzche por su dulzura y lo llamaban “El Santo”. “El hombre se comporta notablemente sin quererlo, cuando se acostumbra a no querer nada de los hombres y a darles todo”. (Humano, demasiado humano). “No terminaría nunca de predicar la supresión completa del alcohol a la raza de `espirituales´. El agua basta”. (Ecce Homo)

(Continuará)

Nota: Alejandro Jodorowsky nos envía estos artículos de una revista mexicana sin importancia -un pasquin uiversitario- publicado «hace siglos» y que nadie pareció leer. Son tres partes sobre la ILUMINACIÓN. 

Deseamos que lo disfruten.