Halloween se ha convertido en una fiesta popular de carácter lúdico que mueve masas, al menos en EE.UU. y gran parte de Europa. Esqueletos, fantasmas, brujas, zombis o vampiros deambulan en una orgía de disfraces, con la muerte y el más allá como trasfondo. Las calabazas huecas, portadoras de velas, tratan de alumbrar la oscuridad y las tinieblas reinantes. La noche de Halloween, se celebra el 31 de octubre como un portal que sirve de comunicación entre la vida y la muerte, entre lo profano y lo sagrado, entre lo amargo y lo dulce, entre la risa y el miedo. ¿De dónde viene esta costumbre? ¿Qué significa?
El actual Halloween deriva de la festividad celta de Samhain, que celebraban el punto intermedio entre el fin del verano y el principio del invierno como un momento crucial. ¿Por qué?
Se trata de una festividad que tiene su opuesta precisamente en la noche de Valpurgis, o noche de brujas, el 31 de abril. Dos momentos sagrados para los celtas que celebraban a lo grande y en los que buscaban dos cosas fundamentales: protección de los cielos y de las influencias astrales, por un lado, y adivinación o tratar de anticipar que les deparaba el destino, por otro. Para eso hacían sus rituales de protección. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, para los celtas, Samhain representaba el inicio del año.
El ritmo de las estaciones y todo lo que ello conlleva para la Naturaleza y la subsistencia del ser humano adquiere tintes de sagrado, como lo demuestran las grandes celebraciones en los días de los Equinoccios y Solsticios en todo el mundo.
Las labores de siembra y cosecha no coincidían con esas fechas, pero si con la de salida de los rebaños al campo y con la recogida de los mismos, respectivamente. Por eso eran momentos de celebración y de encuentro familiar. Pero, sobre todo, de cambio y, en consecuencia, de necesidad de hacer balance del pasado y también de otear el futuro.
A mitad del otoño, cuando los frutos del verano llegaban a su fin, era tiempo de ponerse al abrigo de las inclemencias del duro invierno, resguardar al ganado, mientras se elegían los animales que se iban a sacrificar para hacer acopio de alimentos. Era tiempo de preparar salazones, acumular castañas y otros frutos otoñales además de buenos montones de leña para pasar la estación más dura del año. Los árboles de hojas caducas ya se habían quedado desnudos, mientras llegaban los primeros fríos e incluso las primeras nieves del invierno.
Era como prepararse para hibernar, como una pequeña muerte. Algo que tenía el sentido no solo de protegerse y resguardarse, sino de profundizar e interiorizar, como conviene a esta etapa con el Sol en el signo de Escorpio.
Ese momento central del otoño era crucial para los celtas, era su Samhain, cuyas raíces etimológicas podrían significar “final del verano”.
En inglés antiguo esta fiesta era conocida como “All Hallow Even” (víspera de todo lo sagrado), de cuya contracción deriva el actual Halloween. Y, efectivamente, ciertas fiestas son sagradas porque establecen puentes invisibles con el mundo de lo mágico, y propician una especial conexión con el Universo, una interacción entre lo profano y lo sagrado.
Las hogueras y los disfraces formaban parte de su forma de apelar a la magia por simpatía, como símbolos y actos con los que atraer la protección o lo que ellos deseaban: espantar el mal, atraer la lluvia, rogar por buenas cosechas, proteger al ganado, librar de enfermedades a la familia… y lograr paz para los difuntos.
Momentos tan señalados del año como el que estamos tratando son especialmente apropiados para repasar la vida y tomar impulso, para saber lo que queremos dejar atrás y trazar nuevos proyectos de futuro. Anticipar el porvenir siempre ha sido un rasgo de inteligencia y capacidad de adaptación y supervivencia del ser humano. Así surgió la Astrología y los calendarios, como necesidad de anticipar y prevenir.
No es casualidad que esta fiesta se celebre cada año cuando el Sol transita el misterioso y profundo signo de Escorpio, el signo que rige el más allá, el que marca la división entre el mundo de los vivos y los muertos. Pero también el signo que tiene un extraordinario poder de visión y que, en consecuencia, puede contribuir a potenciar la intuición y los poderes mágicos que todos tenemos.
Al fin y al cabo, es éste el signo zodiacal que se asocia con la mítica Ave Fénix, esa que tiene el poder de renacer de sus propias cenizas; muerte y resurrección. Estamos hablando, pues, de un proceso de purificación y renacimiento personal, que solo se puede hacer mediante un acto de conciencia y voluntad, pero también de desprendimiento y de amor.
Así pues, que nadie crea que este tipo de celebraciones se dan porque si. Desde hace milenios, gracias a la Astrología, se sabe que el tiempo del Sol en Escorpio es el más adecuado para rendir culto a los muertos y antepasados. La prueba es que, como dice el antropólogo Frazer, esas costumbres ya eran habituales entre otros pueblos de la antigüedad por las mismas fechas.
Ahí están, también, para dar testimonio de la relación de estas fechas con la paradójica conexión entre vivos y muertos, las extraordinarias celebraciones que se dan en México, donde este tipo de festividad alcanza dimensiones extraordinarias con los mismos cementerios como escenarios.
Un poco de historia
Los romanos celebraban en estas mismas fechas la fiesta de Pomona, diosa de las frutas y las hortalizas. Pero seguro que antes que ellos ya se celebraban este tipo de festivales entre los pueblos del Tigris y el Éufrates.
A mitad del siglo VIII la Iglesia Católica intentó transformar esta fiesta pagana en la de Todos los Santos, oficializando esta fiesta para el 1 de noviembre en Francia. Cada vez se extendió más, hasta que el papa Sixto IV la hizo obligatoria en 1475. Sin embargo, como ha pasado con muchos otros cultos, no consiguieron hacer desparecer la vieja celebración, y en la actualidad, se celebran ambas.
En EE.UU. la festividad de Halloween arraigó con fuerza tras el histórico desembarco de los irlandeses con el Mayflower hacia mitad del siglo XIX, que llevaron allí sus costumbres. En este país la fiesta tomó otros vuelos en pro del espectáculo y del consumo. Nunca olvidaré el espectacular Halloween que viví en Nueva York, hace años, cuando estuve allí unos meses. Todo Manhattan estaba tomado por una fauna absolutamente variopinta que superaba la imaginación y cualquier película de Hollywood.
Divertirse está genial, pero no olvidemos que esta fiesta también es sagrada, y que, por tanto, hay que dejar espacio para dar con ese punto mágico: preparar el cuerpo y el espíritu para saber dejar atrás lo que ya ha muerto, al menos en un sentido simbólico, e insuflar nueva vida a las ideas y proyectos que aporten ilusión.