Alejandro Jodorowsky: En este mundo mercantil, donde se eleva el dinero a la categoría de Dios, para que no nos carcoman el alma aterrorizándola con el “lo puedes perder todo” o el “si no tienes para parecer no vales”, tenemos que convertirnos en guerreros espirituales. Esta fábula, que a primera vista parece cómplice del poder político, puede sernos útil:
“Un entrenador preparaba un guardaespaldas para que sirviera a un Presidente. Pronto estallaría una revuelta y se necesitaba un campeón. El mandatario preguntó: “¿Ya está listo mi guardaespaldas?”. El entrenador respondió: “¡Todavía no: es vanidoso y suficiente!” Pasado un tiempo el Presidente repitió su pregunta. El otro volvió a decir: “¡Todavía no: reacciona con agresividad ante cada sombra, ante cada ruido!” Dos semanas más tarde el gobernante preguntó de nuevo. Le contestaron: “¡Aún no: tiene una mirada colérica y un aire de triunfador!” Por fin, después de meses, el entrenador declaró: “¡Ya está listo! Cuando los enemigos lanzan sus gritos agresivos, eso no le impresiona. Mirándolo se creería ver a un hombre de mármol. Su fuerza interior es perfecta. ¡Nada de lo que piensa, siente o desea, se transparenta a su exterior, porque, en verdad, no piensa ni siente ni desea, es puro vacío!” … En el día fijado para la revuelta, nadie se atrevió a acercársele; por el contrario, daban un rodeo y se iban. No se disparó un tiro. Tampoco nadie recordó haber visto al guardaespaldas.”
El aprendizaje de este guardaespaldas simboliza el perfeccionamiento espiritual del hombre. Primero, el ser humano se plantea la vida como un combate con sus semejantes. Quiere “triunfar sobre todos”. Su alma fluctúa entre el placer y el dolor. Esa actitud provoca agresiones. Luego el individuo reacciona ante cada sombra: lee el periódico y ve la televisión, se espanta de la situación mundial, discute en los bares y cree que está arreglando el mundo, sin darse cuenta que él no hace nada y que todo le sucede. Por más que se preocupa de las crisis y sus rumores, no puede cambiarlos. Después, como defensa, adquiere una mirada cruel y un aire de triunfador: le han resultado sus negocios y piensa que “ya llegó”. Depende de lo que posee y no de sí mismo. Pero si se adiestra, observando implacablemente sus propios límites para vencer hábitos, reflejos condicionados, manías, ideas locas impuestas por la familia y una sociedad regida por morales caducas, las palabras huecas no lo impresionan, la mentira no lo afecta, el poder no lo amedrenta; su fuerza interior es perfecta porque no teme cambiar o morir. Entonces los seres aun no desarrollados espiritualmente no encuentran en él nada por lo cual batallar. No lo ven. Lo dejan tranquilo. Se calman.