Es probable que algunos días al ver el tratamiento de determinadas noticias en informativos de la televisión -y de otros medios- hayamos sentido vergüenza. ¿Por qué no se molestan en disimular un poco la manipulación que ejercen? Su poca objetividad parece en ocasiones más propia de dictaduras que de supuestas democracias. Noticias que además están redactadas para una audiencia con una edad mental de cinco años, en las que los buenos son muy buenos y los malos malísimos.
Podemos convenir que en cualquier informativo de cualquier cadena existirá siempre un cierto grado de manipulación informativa. Tampoco somos tan ingenuos para creer en la absoluta neutralidad de ningún medio. Y es que parece que el poder, venga de donde venga, tiene escaso interés en fomentar la libertad. Prefiere ciudadanos sumisos y dormidos que se dediquen a aplaudirles.
Hoy en día las noticias se sirven “precocinadas” para un público dispuesto a consumirlas. Podríamos objetar que somos libres de leer un periódico concreto, o escuchar aquella otra emisora, porque parece que hay mucho donde elegir. Pero también sabemos de antemano cuál es la que dirá (y cuál no) lo que queremos escuchar. Y desde ese punto de vista, cuando no buscamos autenticidad, poco importará que sean verdaderas o falsas.
Al final haríamos bien en no esperar que la libertad -o la verdad- nos llegue como un regalo de afuera. Mejor cultivémosla pacientemente en nuestro interior, ya que probablemente sea el único lugar donde puede florecer.
¡Si el único mundo que podemos cambiar es el propio, entonces comencemos por ahí!