"EN MEMORIA DE MI PADRE", CAPÍTULO 3
Marta montó un panel de corcho en la pared de su estudio y fue pegando sus notas y las fotografías de lo que iba obteniendo sobre la vida de los 10 famosos nadadores. Y una evidencia que empezó a aparecer desde el principio de su investigación saltó en aquel momento como una molesta alimaña encaramándose al tablón para quedársela mirando con una horrible sonrisa burlona: Todos aquellos hombres habían muerto por causas perfectamente naturales; no había caso, no había asesino, solo la vaga suposición de que alguien provocó su declive económico y su quiebra de prestigio hasta provocarles el lento suicidio de enfermedades terminales, o suicidios propiamente dichos, y aquella enigmática figura presenciando los sepelios, cuya relación con ellos era de parentesco con uno de ellos probablemente era solo eso: una enigmática figura presenciando los sepelios.
-¿Y eso no te parece sospechoso, amiga mía? – se dijo en voz alta gritando hacia las fotos, pero inmediatamente una espesa pared de alambrada de espinos se colocó delante de ella como si quisiera proteger aquel animal burlón: - ¿Sospechoso de qué? ¿De las debilidades de un “Play Boy” de casa bien? ¿Es eso todo lo que vas a investigar? ¿Ya te estas aburriendo? Solo has hablado con el único que sigue vivo. ¿Y los demás? ¿Tienes miedo de no poder descubrir nada de los otros? Tu nunca has temido hablar con los muertos, ¿qué té pasa ahora? – siguió preguntándose en voz bien alta y clara.
Lo que le estaba ocurriendo era que poco a poco en el proceso iba apareciendo una dificultad adicional, no en forma de monstruo de tablón sino de grueso telón que debía descorrer para poder ver el interior del escenario. Aquellos procesos de erosión y declive de fortunas familiares solo podía estudiarlas con la ayuda de un experto contable o un economista de empresa avezado en maquinaciones financieras de altos vuelos. Repasó mentalmente quién podía ayudarla. Anotó algunos nombres y buscó en sus agendas de teléfonos, los anotó también. Descartó unos, escribió otros. Fue a la cocina, se sirvió otro café. Tiró el paquete de cigarrillos vacío, salió a la calle a comprar. Dio algunas vueltas a la manzana, luego a lo largo de la avenida, y se iba dando cuenta de que era incapaz de pronunciar el nombre de quien mejor podía ayudarla a detectar anomalías en aquellas defenestraciones de patrimonio. Siguió dando vueltas y vueltas alrededor de ese nombre hasta que por fin, reconfortada por el esfuerzo físico se dejó sentar en uno de los bancos del paseo, para que por fin volviera a expresarse en voz alta:
-¡Está bien, joder, está bien! Tendré que ir a verte. ¿Cuantos años hace desde que nos vimos por última vez? ¿Cuántos años hace desde que le escribiste aquella famosa carta? … hmm!… ¡Joder!.