Yo era periodista, quería contar lo que pasaba, porque los humanos sólo damos y encontramos algún sentido al caos de la existencia cuando la intentamos contar.
Y ganó el Pulitzer.
Eso no fue culpa mía: es un error frustrante escribir anhelando multitudes que te lean y que te den premios y te aplaudan por la calle antes de que te den siempre la mejor mesa.
¿Por qué es tan malo querer triunfar?
Porque nunca creerás que te aprecian lo suficiente y te saldrán textos hinchados de vanidad como un globo. Es mejor pensar en un solo lector y escribirle como hablas con un amigo en la barra del bar. No pienses, escribe. Los buenos bateadores no fantasean con ganar, con sus fans, con salir en la tele… No piensan, batean.
Usted no sale en las tertulias.
Sobran opinadores que no duermen si antes no han soltado su brillante opinión sobre cualquier cosa a una gran audiencia. Sufren más de lo que nos aportan. Yo prefiero contar a opinar.
¿Hoy el periodismo no cuenta historias?
Nos hacen creer que lo importante es producir, competir, ganar… Y por eso vivimos pendientes del próximo titular con repercusión y el siguiente y otro… Así nuestra visión del mundo se vuelve fragmentaria y siempre insatisfecha.
Parece que el titular ya lo dice todo.
En cambio, cuando yo leía periódicos de niño, buscábamos en ellos historias de la vida real para orientarnos en el mundo y saber quiénes éramos, qué habíamos sido y qué podíamos ser.
¿Se acabarán los periódicos?
No están en su mejor momento, pero lo mismo le pasaba a la radio hace 20 años: todos la daban por muerta… ¡Y hoy está más viva que nunca! Al final contaremos historias: no sé si en papel o en humo, pero seguiremos contándolas. Deberíamos volver a ser novelistas de la actualidad.
¿Y por alguna mierda de triunfo no vale la pena malgastar toda una vida de fracasos?
La única posibilidad de no perder la dignidad camino del cementerio está en luchar: caer bajo las balas, sí, pero con todas las pistolas echando humo. Y saber contarlo. No hace falta ser Hemingway: basta con ser sincero.
Bueno, tampoco nos haga pegar tiros.
Pero sí hace falta luchar; no entregarse jamás, no sentarse en un sofá ante la tele a esperar la muerte. Porque nuestro legado es la épica salvadora de Occidente y por eso nos entusiasma el deporte. Los que entienden el deporte saben que no se trata de ver quién gana o pierde, sino quién se gana la dignidad en la lucha.
¿Eso no es ser competitivo?
Es todo lo contrario: si luchas con lealtad, luchas por todos. Por eso celebramos al agonista, al luchador, más que al protagonista. En el fondo, los humanos no simpatizamos con quien gana, sino con quien pelea hasta el final.
Extracto de una entrevista con J.R. Moehringer, periodista en La Vanguardia