Desde cuándo nos suicidamos?
Desde el primer día de la especie: la capacidad para quitarnos la vida va con la misma condición humana.
Suena tremendo.
Es una pulsión tan humana como la de sobrevivir, esta más poderosa: aquí seguimos.
Los animales ¿no se suicidan?
Acorralado por un predador, un animal saltará por un barranco y se despeñará, lo que es más impulso que consciencia…
No merece el término suicidio.
El término suicidio significa matarse a sí y es reciente, apenas del siglo XVIII, y se acuñó una connotación acusatoria…
¿Acusatoria?
Sí: el suicida como criminal, asesino…
¿Y cómo llamábamos antes al suicidio?
Muerte voluntaria: es más objetivo. Y era una conducta aceptada con naturalidad.
¿El suicida estaba bien visto?
El Antiguo Testamento y los poemas épicos homéricos rebosan de suicidas heroicos. Pero Aristóteles cambia eso, en el siglo IV a.C.
¿Qué cambia?
Aristóteles tacha al suicida de desertor.
¿Por qué?
Por hurtar su esfuerzo a su comunidad y robarle la inversión en él depositada: ¡lo convierte en delincuente! El suicidio: un delito.
¿Esa visión perdurará?
San Agustín, en el siglo V d.C., transmuta ese delito en pecado: tu vida es de Dios, no tuya. Así que… ¡todo suicida peca, es un pecador!
Sí, eso me enseñaron de niño…
El suicida, hasta hace poco, no era enterrado en camposanto, se le hacían mil perrerías…
Por ejemplo.
Se le enterraba en encrucijadas de caminos, para que su alma se confundiera… O boca abajo, para que se hundiera…
¿Nadie reivindicó al suicida?
Sí, los renacentistas: recuperan a clásicos como Séneca, Lucrecia o Catón, que se quitaron la vida por un ideal del honor.
Lo hicieron también los mártires cristianos: dejarse matar por un ideal.
Sí, hasta se les llamó atletas de la muerte. Y el teólogo Orígenes (siglo III d.C.) postuló que “Jesucristo se dio muerte a sí mismo”, se entregó a un plan divino suicida.
Potente argumento: ¿qué dijo la Iglesia?
¡Blasfemia! Y la Iglesia persiguió también a los perfectos cátaros, que se dejaban morir de inanición para liberar el espíritu purificado y salvarlo de otra reencarnación en este infierno que es el mundo, obra de Satán.
Los yihadistas que se inmolan son a la vez suicidas y terroristas…
Son mártires por altruismo, convencidos de que su sacrificio ayuda a construir otro mundo mejor: esto ha sucedido siempre.
¿Hay sociedades más suicidas?
Hungría padece muchos casos: su gente ha sido muy machacada por la historia… Y hubo una plaga de suicidios en Europa tras la publicación de Las desventuras del joven Werther, novela de Goethe, en el año 1774…
¿Y eso?
Fue muy popular, y su protagonista se suicida: ¡hay un factor de imitación en el suicida!
Quizá no debería hacer esta entrevista.
Las familias ocultan sus casos, la prensa calla, la invisibilidad es lo habitual: creo que reconocer la realidad es un buen modo de respetar al suicida como ser humano.
¿Qué quiere decir?
¡Hoy se considera al suicida un enfermo mental! O sea, primero fue delincuente, después fue pecador… ¡y ahora es un loco!
¿Quién dice tal cosa?
La medicina oficial: sostiene que el 90% de los suicidas tenían una patología mental. ¡Qué falta de respeto a esa persona doliente!
Se indigna usted…
¡Qué desconocimiento de la condición humana! Si mi desesperación me llevase a quitarme la vida, ¿sería ya un enfermo mental?
No lo sé.
¡No! Sólo en un tercio de los suicidas subyace una patología mental. El resto, qué reduccionista encajarlos en un diagnóstico médico: ¡la humanidad no cabe en una etiqueta!
Que esto no suene a apología…, ¿eh?
¡No! Apelo a la objetividad y a la complejidad. Desaprobamos al suicida individual…, ¡pero la humanidad actúa de modo suicida!
Somos contradictorios, sí…
Valorar la vida incluye recordar nuestra capacidad para quitárnosla, esa pulsión de retornar a lo inorgánico, como dijo Freud…
Yo, por ahora, decido quedarme aquí.
Suicidarse es darle la razón al mundo, sí: es reconocer que te ganó el pulso. Es humano.
¿Qué tienen en común los suicidas?
Un fondo de dolor por pérdida de un ser amado, o de salud, bienestar, o por no poder cuidar de los suyos… La desesperación hace que vivir parezca peor que morir: sucede en tres hombres por cada mujer, ¡la mujer está mejor adaptada a la realidad mundanal!
¿Algún caso le conmueve en particular?
El de la joven esposa de Modigliani, embarazada: él agoniza… y ella prefiere arrojarse por el balcón a seguir viva sin él.
Me pregunto si de veras somos libres…
Sí, somos libres… y vulnerables, somos seres dolientes: humanos. Mi mejor amigo se quitó un día la vida y…, éramos muy jóvenes…
Fuente: La Vanguardia. Extracto de una entrevista con Ramón Andrés, ensayista
1 Comentario
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He pasado por la experiencia de querer poner fin a esta forma de vida. Básicamente el suicida no encuentra (y lo ha intentado muchas veces) vínculo sano y óptimo con la vida. Se siente «no encajar» y o sufre tremendamente. En un instante, la pulsión se desata, invita a poner fin… realmente no sabemos si ponernos fin. Hoy experimento todo como un ciclo, un ciclo sin fin. Abrazo a los sufrientes de ese estado de desesperación tan pocas veces abrazado desde el amor.