En julio de 2014 había decidido visitar a mi familia, viajando desde Viena, la ciudad en donde vivo y trabajo como músico, a Mendoza, en el oeste de Argentina.
Hablando por teléfono con mi hermano mayor acerca de mi viaje, él me comentó que estaba preparándose para hacer un curso con Gabriela Rodriguez, discípula de Jodorowsky.
Desde mi experiencia con la Biodescodificación, sabía que era cierto lo que Jodorowsky afirmaba acerca del árbol familiar: es un tesoro. El taller de Gabriela Rodriguez sería precisamente sobre este tema. Fue así que le comenté a mi hermano mi deseo de participar y que mi estadía en Argentina incluiría los días del taller.
Él hizo las averiguaciones necesarias y fue así que, juntos participamos del taller en Córdoba.
La experiencia que deseo compartir es la siguiente:
En uno de los actos psicomágicos, yo había “arreglado cuentas” con mis padres y les había cobrado lo que yo consideraba que ellos me debían. Mis “padres” en el acto, me habían pagado simbólicamente la suma que yo había requerido, poco menos de 100 pesos argentinos, y yo estaba dispuesto a guardarlo en cuarentena como se nos había explicado.
En el transcurso del día, para realizar otro acto psicomágico, Gabriela pidió un voluntario. Mientras yo me ofrecía para jugar el rol de divinidad masculina, una voluntaria hacía lo mismo para asumir el rol de la divinidad femenina. La colega que protagonizaba el acto veía como una dificultad para su desarrollo espiritual el hecho de tener que ser la administradora del dinero en su hogar.
Guiado por Gabriela, llegó el momento en que el personaje que yo representaba, tuvo que entregarle dinero a la protagonista. El único dinero que yo tenía conmigo era el que había guardado celosamente “en cuarentena” y que , con gran contradicción interior, estaba entregando.
Al finalizar el acto, escuché de Gabriela, con asombro, que todos los elementos utilizados en el acto serían quemados, mi dinero incluido.
Yo sabía que, en el acto realizado, ese dinero había sido una ayuda, pero para mí y los próximos cuarenta días en los que lo conservaría conmigo como germen de bienaventuranza y bienestar, ese dinero era indispensable e irreemplazable. Y AHORA LO ESTABAN QUEMANDO!
Sentía los peores presagios cernirse sobre mi .Me sentía como un niño asustado y,mientras la comitiva de los pirómanos salía del salón en que estábamos, me acerqué azorado a Gabriela y le dije con pudor : “Es el dinero de mi cuarentena”.
Sabía lo que pasaría, ya la había visto actuar: Gabriela sonrió y continuó dando indicaciones de cómo finalizar el acto psicomágico en que yo había perdido aquello que me permitiría llegar al fin del mío.
Me sentí ridículo al verme apenado por un dinero que había servido para el gran alivio de una colega. Comencé a quitarle el valor real que tenía y también el simbólico que yo le había otorgado. Al mismo tiempo,me preocupaban “los dioses” que sin duda sabrían la falta que estaba cometiendo. Mi propia sanación peligraba.
Sonriente y distendida como siempre, Gabriela habló con el grupo y convocó a celebrar todo lo vivido en ese acto psicomágico. Para ello invitó a pasar al frente a un colega que con un charango y sus zampoñas se dispuso a ponerle música a la fiesta.
Antes de esto, ella habló al grupo comentando lo que me había ocurrido: “ha entregado el dinero de su cuarentena”. Fue entonces que se dirigió a mí para preguntarme qué hacía yo, y lo que contesté que era músico. Entonces Gabriela dijo: “Hay que pagarle al músico” y comenzó la música a sonar.
Todos los presentes comenzaron a acercarse a mí y al colega con los instrumentos y nos daban dinero.
Como músico profesional, sabía que el pago debía ser por aquello que yo diera. En ese momento comencé a cantar , acompañando al colega del charango.
Al finalizar ese momento el colega tenía sus bolsillos lleno de dinero y mis manos, extendidas por delante mío, sostenían también un montón de billetes.
Le pregunté a Gabriela si podía agradecerlo. Así lo hice paseándome por delante de los colegas con mis manos llenas de billetes, dándoles las gracias.
El clima de fiesta era grande. Había gozo.
Gabriela me pidió que contara el dinero y le dijera cuánto era.
El pago al músico ascendía a 349 pesos.
Al escuchar la cifra, la Psicomaga sumó y todos supimos que la suma, el 16, era el Arcano llamado LA TORRE: Habíamos celebrado con alegría, habíamos creado la fiesta en la casa y nos habíamos abierto a la posibilidad de que el dios se encarnara en nosotros.
LAS MONEDAS DE ORO
De vuelta en Viena, en octubre de 2014 asistí a un evento organizado por una de las mujeres de mi coro.
Esta persona dirige un grupo de danzas árabes y me pidió que yo cantara en el momento en que todo el grupo debía cambiar su vestuario, a lo cual accedí.
En el momento indicado tomé mi guitarra y canté para el público presente.
Con una colorida segunda parte, la actuación llegó a su fin.
Yo, sentado a la mesa con algunos integrantes del coro, charlé y compartí brindis por un tiempo más y luego me dispuse a partir.
En ese momento una ex-integrante de mi coro, que estaba sentada a mi derecha, se acerca a mí y me entrega algo que me pareció una caja de lapiceras. La idea de recibir una lapicera de regalo me alegró. Pregunté qué era y me dijeron que sólo lo abriera al llegar a casa.
Así lo hice.
La “caja de lapiceras” era muy pesada y eso me parecía extraño.
Al abrir el envoltorio me encontré con una carta y algo asombroso: monedas de oro.
La persona que me había dado esto escribía que era afortunada en los negocios y que, debido a que el gobierno estaba por establecer un impuesto a las herencias o donaciones, no estaba dispuesta a pagar dos veces lo que había pagado de impuestos por el compro de esas monedas.
Decía que su deseo era que yo aceptara ese regalo, pero que entendía si yo no lo aceptaba, por considerarlo como una ofensa a mi amor propio.
Sin embargo, pedía aún, que considerara que los mecenas en el arte siempre existieron y que ella apreciaba mi talento y la tarea que yo realizaba al frente del coro y que, entonces, lo tomara como un acto de mecenazgo.
Aclaraba a continuación que se trataba de 50 monedas de oro de un ¼ de onza.
Las monedas eran “Filarmónicos”, es decir, monedas acuñadas con el logo de la Orquesta Filarmónica de Viena y en su honor.
El equivalente de esas monedas, en euros, era igual a un año entero de los ingresos que recibo en mi trabajo como músico independiente.
————————-
Durante tres días reflexioné sobre lo ocurrido, para tomar una decisión.
Luego llamé a la persona que me había hecho este, en múltiples sentidos, valioso regalo, y habiendo expresado mis sentimientos y escuchado los suyos, le comuniqué que, por todo lo que ese regalo significaría para mí, lo aceptaba con alegría y con gran agradecimiento.
Fue al hablar con mi hermano, que el regalo de LAS MONEDAS DE ORO se iluminó y cobró su fuerza cabal y su significación al trasluz del episodio del PAGO AL MÚSICO vivido en Córdoba tres meses antes, un poco más que una cuarentena.