El origen olvidado de la Pascua

El origen olvidado de la Pascua

Pascua, en su origen etimológico, significa paso, cambio, avance. Hemos llegado al momento del año en el que, litúrgica o espiritualmente, hemos de dejar atrás pesadas y gastadas vestiduras y descubrirnos ante el mundo como realmente somos. El origen de su celebración se remonta a cuando los judíos se libraron de la tiranía a la que fueron sometidos en Egipto y pasaron por el Mar Rojo, hacia tierras donde la sombra del yugo no pudiera proyectarse. Cristo es prendido y crucificado en el jueves de Pascua, sublimando aún más si cabe esta celebración, para resucitar al tercer día y regresar de entre los muertos: lo que vale decir, todo viaje a la oscuridad, al secreto fondo de nuestro insconsciente, ha de terminar con un regreso a la conciencia, para aportar esa luz al mundo, a los demás. La resurección es algo más que renacimiento: resucitamos en una mejor versión de nosotros mismos, venimos de regreso de nuestro viaje heroico, como Jonás tomando oxígeno después de salir del vientre de la ballena. Y es aquí donde está la clave olvidada.

Se puede leer en todos los evangelios que a las primeras personas que el Cristo se presenta como ser de luz, son a mujeres: en los cuatro relatos, sin excepción, se narra así. La primera manisfestación del milagro siempre acontece ante testigos femeninos, es decir, nuestra parte intuitiva, receptiva y afectiva es la que acepta lo sobrenatural, la que lo acoge y celebra antes que la parte masculina, metódica y racional. Tanto es así, que cuando el Resucitado se presenta ante Tomás, éste pide tocar las llagas, porque sigue incrédulo ante tamaño milagro. La Pascua es un ensalzamiento de nuestra ánima, de nuestra faceta femenina, de aquella que detiene el discurso mental y simplemente rebosa de afecto.
En inglés pascua se dice easter, palabra que se relaciona con la diosa pagana Astarté, nuevamente mostrándonos vestigios de esta primitiva fiesta en honor de la deidad femenina. En cualquier caso, es periodo de incubación y de nacimiento a lo que uno es, representado en los huevos de pascua, símbolo que en el mundo pagano representaba la vida y el renacer. No hemos de olvidar que el calendario litúrgico marca el jueves de Pascua como el primero después de la primera luna llena primaveral. Y la luna, infinita y grande, todos sabemos que es la madre suprema y amantísima, epítome de lo femenino.

Tengamos todos el coraje de aceptar morir para llegar a lo más profundo de nosotros, con la certeza absoluta de la resurrección, que es la vuelta a la conciencia, portando la luz y los tesoros que hemos redescubierto en nuestro inconsciente.

Feliz muerte, feliz resurección.

Luis Miguel Andrés es profesor de filosofía y consultor personal

Twitter: @_LuuisMigueel_