Amaneció una jornada ajetreada y recordé esa frase de Friedrich Nietzche: “cuando se tienen muchas cosas que hacer, el día tiene mil bolsillos”. Y deseé cruzarme con él para que me contagiase su optimismo, o al menos su poesía.
Pero a veces los deseos se transforman en cosas extrañas y en lugar de encontrarme con el filósofo, pasó por mi lado un gatito color turquesa. “¡Insólito!”, pensé. Pero antes de que mis neuronas motoras se iluminasen, el minino ya había desaparecido de mi vista. Pero no de mi mente. Esa mirada felina profunda, ¿extraterrestre?, y ese color turquesa tan extraordinario, causaron en mí en aquella mañana una impronta de calma, de protección, de confianza total. Dialogué con el gato mientras avanzaba el día, e incluso lo invité a formar parte de mi imaginario interior, donde habitan personajes que voy adoptando como aliados.
Las horas fueron pasando silenciosas y fugaces, como aquel gato turquesa con el que me crucé al amanecer.