“Siempre hay tiempo para ser
lo que deberíamos haber sido”.
George Eliot.
El ser humano es el único animal que se queda perennemente en el lugar en el que recibe daño, cuando aparentemente nada le impide escaparse.
Ese “lugar dañino” puede ser una situación laboral denigrante, una relación de pareja en la que existe el maltrato, una amistad abusadora, etc.
Son cárceles y jaulas con las puertas abiertas, en las que se permanece encerrado en un circulo de dolor y queja, entre el sufrimiento y el bloqueo.
¿Por qué un comportamiento tan antinatural? ¿Qué impide la salida? ¿Qué hace que una persona adulta renuncie a la libertad de vivir libre y sano tras esos muros invisibles de daño y abuso?
¿Será que evitamos la independencia adulta? Es ese territorio fuera de los límites de la zona de seguridad que necesita un niño. Es el terror a la posibilidad de que lo desconocido sea peor que el horror de lo conocido.
¿Será la simbiosis con un miembro del árbol familiar con la que existe un contrato de lealtad inconsciente? Al nacer, la familia suele imponer cláusulas de lealtad con algún ancestro; heredamos nombres e identidades, guiones de vida y destinos.
Si en el abusador se transfiere la figura de apego dañina, el dolor de las experiencias traumática no integradas del pasado se reviven una y otra vez en el presente. Inconscientemente buscamos patrones de repetición para sanar esas heridas del pasado que siguen hoy sangrando.
Nos hacemos la ilusión de que la estrategia que alguna vez funcionó, nos volverá a salvar la vida. De niños la mejor solución fue permanecer en el clima abusador, porque salir era la muerte. Pero ahora de adultos, es preciso actualizar el sistema, e introducir variables de cambio en los mecanismos de defensa caducos.
¿Hay remedio para romper las cadenas imaginarias que nos atan estos contextos tan tóxicos y paralizadores del desarrollo?
Repetir este ejercicio diariamente será de ayuda para comenzar a liberarte del encierro:
Cierra los ojos y visualiza la imagen de tu “carcelero”. ¿Es una persona? ¿Es una situación? ¿Cómo aparece en tu pantalla mental?
Mientras la contemplas, sé consciente de las sensaciones de tu cuerpo. ¿Qué sensación te provoca esa imagen? ¿Qué emoción te despierta? ¿Con quién o en qué momento sentiste eso mismo en tu infancia? Deja que tu cerebro asocie y traiga imágenes, palabras, recuerdos…
Se consciente de tu respiración mientras sitúas esas asociaciones a lo lejos, como en el telón de fondo de un escenario de teatro. Obsérvalas allá y haz unas cuantas respiraciones, llevando el aire a la zona del cuerpo donde sientes lo que te provoca. Deja que esa emoción pase a través de ti y permanece ahí unos instantes, tras los cuales, trae muy cerca de ti, en el primer plano de ese escenario imaginario una imagen de tu yo actual, fuerte, independiente, con sus valores y recursos. Llena todo tu ser de la sensación de sentirte poderoso y valiente. Sube el volumen de esa emoción y respira ahí durante unos instantes, mientras ves a lo lejos ese fondo de abuso.
Este y otros ejercicios son pequeños pasos para lograr esa libertad que necesitas, pero no son suficiente. Cuando te sientas preparado, comienza a hacer pequeños cambios en tu vida: es preciso establecer nuevos vínculos sanos en los que apoyarse y que sirvan de guía, de refugio temporal o duradero.
Encontramos calor en un maestro, un libro, una nueva amistad, y si es necesario en un terapeuta que te ayude a reprocesar esas memorias pasadas que te impiden liderar tu vida desde tu verdadero Ser.
Recuperar la confianza en los demás y en nosotros mismos nos llevará lejos del abusador y cerca de donde queremos estar.