Cultiva tu espíritu crítico. ¿Por qué tenemos que creer algo por el simple hecho de que lo veamos expuesto?

Cultiva tu espíritu crítico. ¿Por qué tenemos que creer algo por el simple hecho de que lo veamos expuesto?

Si lo afirma un museo, no puede ser mentira. ¿O sí? Al estar en un museo pasa a ser considerado como «un hecho verdadero». Un mismo discurso se interpreta de forma distinta dependiendo del escenario. Incluso la ciencia es otro de los lenguajes autoritarios, en tanto que es usado y filtrado por las instituciones para crear verdades absolutas que la gente no se molesta en cuestionar.

Ivan Istochnikov fue un cosmonauta ruso que desapareció en plena misión espacial a bordo del Soyuz2, en 1968. Como las autoridades soviéticas no eran capaces de explicar los hechos y no se podía perjudicar la imagen la URSS durante la carrera espacial, el astronauta fue borrado de la memoria colectiva: se le eliminó de las fotografías oficiales y su familia fue exiliada a Siberia. Ahora el CosmoCaixa de Barcelona explica su historia con pruebas gráficas. Todo parece cuadrar a primera vista y, si lo afirma un museo, no puede ser mentira. ¿O sí? Eso precisamente es lo que se plantea el fotógrafo Joan Fontcuberta, autor de la exposición ‘Sputnik’, que pretende poner en jaque al espectador y probar su capacidad crítica.

Es cierto que en los registros de la URSS no aparece ningún Ivan Istochnicov y eso es porque nunca existió. Es sólo una creación de Fontcuberta, que lo introdujo a golpe de photoshop en la historia espacial rusa. Modificó fotografías originales de la época para añadir al cosmonauta, que aparece recibiendo condecoraciones, visitando escuelas, acompañado de sus colegas ante el Kremlin o despidiéndose antes de embarcar en la Soyuz. Todo esto acompañado de recuerdos de infancia, objetos que iban con él en la nave o notas y muestras de la investigación espacial, supuestamente desclasificadas en época de la apertura política que llevó a cabo la URSS con la Glasnost.

La historia del cosmonauta que nunca existió nació en 1997, año en que se estrenó la exposición; «en aquella época, en que la URSS se desmoronaba y no había las herramientas de búsqueda actuales, el relato era muy plausible. Pero nunca he mentido, siempre he dejado pistas para que el espectador descubriese el engaño», explica a Big Vang Fontcuberta. La más clara de estas evidencias es que él es Istotchnikov: ambos comparten cara e incluso nombre (prueben de traducir Joan Fontcuberta al ruso). Algunos detalles, como un pequeño RD2D rojo en el interior de la Soyuz o una botella de Vodka con un mensaje dentro como último rastro de Istochnikov desvelan la sutileza con la que el fotógrafo pretende sembrar la duda en el visitante .

«Quiero desmontar el lenguaje autoritario de los museos o los académicos. ¿Por qué tenemos que creer algo por el simple hecho de que lo veamos expuesto?», se pregunta el artista. Añade que si su obra fuera mostrada en una galería simplemente sería la «excentricidad de un artista», pero al estar en un museo pasa a ser considerado como «un hecho verdadero». Asegura que un mismo discurso se interpreta de forma distinta dependiendo del escenario. Ahora Fontcuberta ha querido probar qué sucede trasladando a Istochnikov a un escenario nuevo: por primera vez, ‘Sputnik’ se puede ver en un museo de ciencia como el CosmoCaixa.

Para este autor, la ciencia es otro de los lenguajes autoritarios, en tanto que es usado y filtrado por las instituciones para crear verdades absolutas que la gente no se molesta en cuestionar. «Traer la exposición aquí ha sido arriesgado pero necesario para plantar la semilla crítica en la gente», explica. Y es que casi 20 años después sigue habiendo quien se cree la historia del cosmonauta fantasma; Fontcuberta cree que la razón es que «ya no existe curiosidad», ya que con una simple búsqueda de Google se descubre el pastel.

Y si en algún sitio debería conservarse este espíritu curioso, es entre los visitantes de un museo de ciencia: «El prototipo es muy distinto al de una galería de arte. Son más críticos y desconfiados, por lo que sólo aquel que no se ha fijado bien sale creyéndoselo todo», asegura el fotógrafo. A la salida de la exposición, que se puede visitar hasta el 31 de mayo, se mezclan las reacciones: niños decepcionados cuando se les explica la verdad, personas sorprendidas por la vileza de los soviéticos, algunos enfadados con el museo por acoger una muestra que induce a equívoco e incluso otros que despiertan y se replantean lo que daban por seguro. «Estos últimos son mi público ideal, por ellos hago lo que hago», reconoce Fontcuberta.

Una de las paredes del museo tiene una cita del fotógrafo (que firma como comisario y no como autor, debido a que ya en 1997 era conocido por su gusto a jugar en la frontera de la verdad y la mentira). La inscripción dice que la tecnología es el arte de modelar consciencias y la imagen es un filtro de la realidad. «Juntar ambas cosas es un arma potentísima» exclama Fontcuberta, que añade que «la ciencia siempre ha estado sometida a voluntades ideológicas. Es un conjunto de conocimientos provisionales y sería ingenuo pensar que esa provisionalidad se escapa de las presiones». Reflexiona sobre la importancia de cuestionarlo todo, porque «si yo he podido conseguir esto sólo con una cámara, qué no podrá conseguir un gobierno con recursos ilimitados».

Fuente: La Vanguardia