
Cuando estamos durmiendo, en cierta manera, abandonamos nuestro cuerpo para aprender lecciones que resultarían imposibles en el estado de vigilia.
Es como si cada noche dejáramos aparcado, como si se tratara de un vehículo, nuestro cuerpo físico. De esa manera conseguimos mayor libertad para salir a explorar.
Si decimos que esta noche hemos “soñado” algo, significa que nuestro “conductor interior” (por llamarlo de alguna manera) ha experimentado algo en alguna de las múltiples dimensiones por las que puede moverse.
Hay un plano en el que los ancestros, familiares que ya murieron, resultan completamente accesibles. Resulta posible concertar una comida y en un restaurante compartir mesa con ellos. Si somos muy puntuales seremos los primeros en llegar. También deberíamos revisar nuestro concepto de puntualidad si hemos llegado a la cita con horas de antelación, algo que supondrá deambular por un restaurante completamente vacío.
El encuentro, si hemos llegado antes que nadie, nos permitirá intuir que no vienen al mismo tiempo o bien que acuden de distintos lugares.
Más tarde confirmaremos, incluso cuando la reunión ha sido muy positiva, que ellos no disponen en dicho plano de un nivel de conciencia mayor del que tenían en vida.
Tras una experiencia de este tipo comprendemos que los muertos no están lejos, en realidad están bastante más cerca de lo que imaginamos.