
El cerebro de Buda, el de Jesús y el de los rishis (o sabios iluminados de la India) alcanzaron un nivel que nos ha inspirado durante siglos, pero como creación biológica, estos cerebros no eran diferentes del de cualquier adulto sano de la actualidad. El cerebro de Buda siguió a su mente hasta donde esta quiso llevarlo, razón por la que todos los grandes maestros espirituales afirman que cualquiera podría realizar el viaje que hicieron ellos. Solo es cuestión de poner el pie en el camino y prestar atención a las pequeñas señales que capta tu cerebro. Puesto que este está sintonizado con el nivel cuántico, puede recibir cualquier cosa que la creación tenga para ofrecer.
En ese sentido, los grandes santos, sabios y visionarios no estaban más favorecidos por Dios que tú o que yo; pero sí fueron más valientes a la hora de seguir las pistas que los llevaron hasta la fuente de su conciencia. Si los sabios iluminados hubiesen hablado el lenguaje científico, habrían dicho: «El universo es un todo indivisible en continuo movimiento». Esa frase, sin embargo, es del brillante físico británico David Bohm. Es el equivalente de «No se puede entrar dos veces en el río por el mismo lugar». De esta manera, los enigmas místicos reaparecen como hipótesis científicas.
Soy optimista, así que espero ver cómo la demostración de la conciencia alcanza una plena aceptación física en la próxima década. Las fronteras que nos mantienen pegados a la tierra son creaciones nuestras. Y entre ellas se incluye la frontera que divide el mundo entre «aquí dentro» y «ahí fuera».
Otra barrera es la que aísla la mente humana como un producto único en el universo, que por lo demás está desprovisto de inteligencia… o eso aseguran las teorías cosmológicas vigentes. No obstante, existe un buen número de cosmólogos que han encontrado el valor suficiente para mirar en una dirección diferente, hacia un universo lleno de inteligencia, creatividad y autoconciencia. Ese universo sabría sin duda que nos estamos acercando.
La creación de la realidad es cosa de cada uno. No existe una visión real del mundo, un ancla que podamos dejar caer de una vez por todas. La realidad evoluciona (gracias al cielo), y la mejor pista de ello está en tu cerebro. Dentro de él se almacena una realidad tras otra. La realidad del cerebro reptiliano sigue ahí, pero gracias a la evolución ha sido incorporada dentro de realidades superiores, cada una emparejada con una nueva estructura física.
El cerebro imita la realidad que crea cada persona en un instante dado. Tu mente es el jinete; tu cerebro, el caballo. Cualquiera que haya montado a caballo sabe que pueden resistirse, luchar contra las bridas, asustarse, pararse a pastar junto al camino o huir de pronto hacia casa. El jinete aguanta, pero la mayoría del tiempo es él quien está al mando. Todos hemos aguantado a nuestros cerebros durante los episodios en los que las reacciones integradas, los impulsos, los instintos y los hábitos toman el control. Ningún caballo se ha resistido jamás de una manera tan salvaje como el cerebro cuando se altera. Es innegable que existen bases físicas para la drogadicción, la esquizofrenia y muchos otros trastornos. No obstante, la mayoría del tiempo es la mente quien va sentada en la silla de montar.
El control consciente es nuestro, y siempre lo ha sido. Podemos conseguir que nuestro cerebro logre cualquier cosa. No hay límites. Sería irónico que alguien rechazara el supercerebro por considerarlo algo inalcanzable, porque si pudieras ver el potencial sin explotar que posees, te darías cuenta de que ya tienes un supercerebro.
Deepak Chopra, en «Supercerebro»