Te ayudaré un poco: cierra los ojos…
Ya.
Conduces un descapotable por una carretera primaveral festoneada de flores, eres feliz porque tienes todo lo que soñaste. Aparece un camión de frente… y caes por un precipicio: ahora estás muerto.
…
Piensa ahora: ¿qué tres cosas te habían quedado por hacer?
…
Cuando las sepas…, abre los ojos. ¡Mira, no estás muerto! ¡Puedes hacerlas! Hazlas. Ya.
Las haré. Buen ejercicio. Gracias.
Ser agradecido, gran paso: de entrada, nos conviene serlo con nuestros padres.
¿Y si no me escucharon o no me mimaron o no me respetaron?
¡Agradéceselo! Eso te ha hecho más atento o más mimoso o más respetuoso que ellos. ¡Seguro! Díselo por escrito: ¡gracias! Estén vivos o muertos.
Cuesta cambiar.
Pero la vida jamás abandona a los valientes.
Pues hay muchas personas solas.
Porque buscan afuera. Mal. Primero mírate por dentro, descubre cosas buenas en ti, ¡apréciate! Así ganas autoconfianza, y eso atraerá a los que andan por ahí afuera.
Deme otro buen ejercicio.
Sustituye cada queja por un “necesito”. Aprende a pedir, ¡y se te dará! En vez de quejarte así: “¡No me escuchas!”, di: “Necesito que nos comuniquemos”.
¿Cuál es su lema?
“Si no sabes a qué puerto vas, ningún viento será favorable”, dijo Séneca. Y es así: si tienes claro un proyecto vital, ¡todos los vientos te soplarán a favor!
Extracto de una entrevista en La Contra de La Vanguardia con Mario Reyes, psicoterapeuta humanista.