Dar nombre a una fuerza, una criatura, una persona o una cosa tiene varias connotaciones. En las culturas en las que los nombres se eligen cuidadosamente por sus significados mágicos o propicios, conocer el verdadero nombre de una persona significa conocer el camino vital y las cualidades espirituales de dicha persona. Y la razón de que el verdadero nombre se mantenga a menudo en secreto es la necesidad de proteger a su propietario para que pueda adquirir poder sobre dicho nombre y nadie lo pueda vilipendiar o pueda apartar la atención de él y para que su poder espiritual pueda desarrollarse en toda su plenitud.
En los cuentos de hadas y las narraciones populares el nombre tiene varios aspectos adicionales. Aunque en algunos cuentos el protagonista busca el nombre de una fuerza perversa para poder dominarla, por regla general la búsqueda del nombre obedece al deseo de evocar esta fuerza o a esta persona, a la necesidad de estar cerca de esta persona y establecer una relación con ella.
En la cuestión de la adivinación de los nombres, pronunciar el nombre de una persona es formular un deseo o una bendición acerca de él cada vez que se pronuncia. Nombramos estos dos temperamentos que llevamos dentro para casar el ego con el espíritu. Esta pronunciación del nombre y este casamiento se llaman, con palabras humanas, amor propio. Cuando se produce entre dos personas individuales se llama amor recíproco.
Las mujeres ansían a menudo encontrar a un compañero que tenga esta clase de paciencia y el ingenio necesario para seguir intentando comprender su naturaleza profunda. Cuando encuentra a un compañero de este tipo, lo hace objeto de su lealtad y amor durante toda su vida.
Una psique sana somete a prueba todos los nuevos elementos que piden permiso para incorporarse a ella; que la psique posee una integridad cuya protección exige un proceso de selección. Una psique sana poseedora de un paternal vigilante no acepta sin más cualquier viejo pensamiento o cualquier actitud o persona, sólo acepta los que poseen capacidad de percepción conciente o se esfuerzan por alcanzarla.
Clarissa Pinkola Estés, en «Mujeres que corren con lobos» (Fragmentos)